lunes, 29 de septiembre de 2008 | By: Abril

Café frío. Carta de un miércoles



Le escribo, señor, detrás de este café matutino, urgente y necesario, que se va quedando frío, porque no hay lengua ni garganta, ni esófago ni glotis ni epiglotis que soporten tanto fuego. O a lo mejor sí los hay, que por ahí fuera hay gente muy dura, pero una no lo es, pese a la fama que algunos dicen que tiene en su vida no virtual.Café frío y vida blanda es lo que al final me queda. Vida blandita, como las magdalenas cuando las mojo en el café, frío, claro, que de tanto esperar mientras escribo, se me van al cielo todos los santos, el ángel de la guarda y las fiestas de guardar, y hasta el diablo ése que dicen que ronda por aquí, por mi cabeza seguro. Y ninguno de ellos es capaz de velar por mantener un poquito de calor en mi café, echar un soplo calentito que dé vida a estas manos heladas, que se deslizan temblorosas y duras sobre las letras, blandas, del teclado, duro.Bebo un sorbo de café templado aún, que alguno de los santos no se me debe haber ido al cielo, pero vaya usté a saber cuál es, San Juan, supongo, patrón de las hogueras que dan vida blandita y caliente a este café.Dura la gente, unos que beben café ardiente y otros que no son tan santos,...y dura el café... o lo hago durar para seguir calentándome las manos, ablandando los nudillos, endureciendo la mirada cada vez más despierta, despejando los ojos blandos de legañas duras, con las manos templadas y el corazón blando y caliente, el corazón en un puño duro y frío. Dura la espera en esa sala de espera fría, blanca y dura, que se abre detrás de mi puerta. Y duras las noticias, duro comunicarlas, más duro recibirlas. Y blandas las vidas que cada día entran aquí, que algunas no salen, y muchas se las llevan los santos que se me van al cielo.


domingo, 28 de septiembre de 2008 | By: Abril

La Carta de Gioia


Querida mía:
Como todos los días hoy me siento sobre tu cama y miro una vez más tus paredes repletas de fotos y afiches. Recuerdo que te encantaba comprarlos nuevos para cortarlos y recién pegarlos sobre otros. Está de moda –decías. Algo parecido le sucedía a los pantalones que te comprabas. Los traías del centro comercial e iniciabas la transformación: un hueco en la pierna derecha, varios cortes en la izquierda y flecos para arriba y para abajo. Cómo discutíamos luego, ¿verdad pequeña? Perdona lo de pequeña, olvidé que detestabas que te llamara así.
Hoy, no sé porqué, no me acerco a tus muñecas. Tal vez sea mi inconsciente autodefensa del que tanto renegabas cuando te encontrabas triste y yo sólo decía que descanses. Sí, tal vez sea ello. Quizás evitaba el sufrimiento y huía del abrazo de la tristeza. Sin embargo, desde el día en que volaste a otros cielos, aunque te parezca extraño, hija, no hay un sólo día en que mi rostro no quede húmedo luego de recordarte. Sé que ellas, tus muñecas, te extrañan tanto como yo y como tu padre, aunque él, seguramente, debe estar a tu lado. Tal vez recuerdes sus últimas palabras: “Jamás me separaré de ti, preciosa” –te dijo. Tú sólo te arrojaste a su cuello y te sujetaste de él sin parar de llorar. Apenas bordeabas los siete años y ya la muerte te había golpeado. ¿Recuerdas su sonrisa? No creo que la hayas olvidado. Ni a su ralo bigote ni a sus grandes manos con las que solía sujetarte para jugar al avión o, sencillamente, para acercarte a sus labios y cubrirte de besos. Cuánto te amaba.
También hoy corté flores del jardín para el jarrón azul de tu velador. Claveles rojos, como siempre. Este día he pasado más horas en tu habitación que en la cocina. ¿Recuerdas cómo te enojaba verme con el delantal puesto, picando tomates o lavando verduras? Te morías de rabia y me decías gritando que las mamás de tus amigas no son unas amas de casa como yo. No sabes cómo rogaba y luchaba por no llorar: no quería que te sintieras mal por mis lágrimas; pero cómo sufría.
Pero hoy no quiero recordarte gritando o despreciándome. Hoy deseo estar contigo en tu habitación, en tu cama acariciando tu almohada, riendo con tus paredes y besando tus muñecas, porque hoy, hija, cumplo otro año más de vida. Seguramente lo olvidaste como los últimos dos años y tampoco llamarás ni mucho menos escribirás porque tal vez tengas asuntos más importantes que ocupen todo tu tiempo. Además, por qué tendrías que acordarte de una vieja que vive al otro lado del océano, a la que siempre rechazaste por haberte traído a este mundo lleno de males, horrible, como le llamabas.



Ayer tuve visita. Hace mucho que no la tenía, salvo las del panadero por las mañanas y las de Martita, una joven que dice no descansará hasta tenerme en su templo cristiano escuchando a su pastor. Bien sabes que a duras penas soporto al padre Felipe algunos domingos. Martita viene los martes y me entretengo oyéndola hablar y hablar sobre la salvación eterna. Otra vez me fui por las ramas –debes estar tronando. Te decía que recibí visita: tu tío Polo recordó que tiene una hermana mayor que aún vive y que alguna vez le cambió los pañales mientras su madre trabajaba. Con el correr de los años, hija, una comprende plenamente el profundo significado y la verdadera dimensión de palabras como olvido, soledad y tristeza.
Hoy también saqué los siete álbumes de fotos del armario. Y otra vez me sumergí en el pasado. En nuestro pasado. Aún los jóvenes como tú y tus amigos y los viejos como yo vivimos de él, aunque pregonemos lo contrario. En el fondo todos sabemos que un hombre sin pasado es un hombre sin vida. Nuevamente las inoportunas ramas. Me conoces querida, es algo inevitable ya. Te decía que revisaba los álbumes de la familia: cientos de fotos, cada una con un tiempo y una historia propia, cada una con un instante preso en la eternidad. Hallé las fotos del día en que llegaste a esta casa, en el 75, tres días después de nacida, en pleno invierno. También las de tus primeros pasos de la mano de papá, y las de tus cumpleaños. Qué blanca y qué gordita eras hijita. Cuánto habrás cambiado. Tu tía abuela Lucia, que en paz descanse, decía que eras idéntica a su madre, de la que me contaron que cierta vez se fugó con otro hombre al poco tiempo de nacida tu abuela. Me parece oírte: ¿Hasta cuándo serás tan chismosa? –me decías cada vez que compartía contigo algún secreto familiar o sencillamente cuando preguntaba a dónde ibas por las noches. Estoy segura que sigues pensando igual de mí.
He comprobado, hija, que al llegar a cierta edad aquellas imágenes de la infancia que por años estuvieron escondidas en los laberintos de la memoria, saltan con suma facilidad sobre el presente. Digo esto porque en estos últimos meses mi lejana infancia no deja de visitarme durante mi largo día. Y aunque me acompaña y me abraza tiernamente, muchas veces la soledad se encarga de despertarme y recordarme que me tiene entre sus brazos.
Hace un tiempo leí a un psicólogo en un diario que decía que hay que reírnos de las cosas tristes. Lo intenté. Lo intento cada día, cada hora, pero me es imposible. Sin embargo, recuerdo cuando lloraba de pura contenta cada vez que me decías te quiero, cuando eras pequeña. Qué ironía, ¿verdad?, extraño esas lágrimas.
Nunca antes te escribí algo, hija. Y no sé si estas líneas serán las primeras de otras que vendrán o las últimas de tantas que jamás fueron escritas. La certeza de un por qué lo estoy haciendo no existe. Pero creo que es un impulso inconsciente. Totalmente. Me pregunto si la presencia de la muerte en mis últimos pensamientos tendrá algo que ver en ello. Tal vez. Es que, aunque suene reiterativo, el peso de los años sobre la espalda hace que día a día nos acerquemos más hacia la tierra y que aceptemos, serenamente, el hecho de haberla tenido a nuestro lado, desde el día en que nacimos.
Querida mía, durante mucho tiempo tu habitación recibió mis lágrimas; y los pasillos vacíos de esta casa vacía y la cocina, los muebles, mi almohada, mi habitación. Todos tuvieron su turno. Hoy no fue la excepción. Todo fue igual que ayer también, salvo por un pequeño detalle: hoy, aparte de los muebles, la cocina, tu habitación, hubo algo más que acogió mi húmedo recuerdo con dulzura. Si alguna vez tienes esta pequeña carta entre tus manos, hija, tendrás contigo ese algo que las abrazó hoy.
Un beso, pequeña.

(Del blog: La Jaula del León)

Carta a Laura


Me imaginaba que pasarías por aquí y espero que leas esto. No sé si te gustará o no, si es apropiado o inapropiado, oportuno o inoportuno y tal vez sea un torpe al pensar que cuando se tiene algo bueno que decir, siempre está bien.
Ayer me volví a abducir en tu conversación. Han pasado años desde que recorrimos de la mano; la Puerta de Toledo, Atocha, Embajadores. Ha pasado tiempo desde que andábamos durante horas por las calles de Madrid y cada paso eran dos o tres palabras y cada palabra era sentirse más cerca.
No sé si porque eres casi tan alta como yo y nuestro andar en paralelo, con pasos igual de largos, se acomodaba al ritmo marcado por nuestras frases, o porque la conversación se fundiera en un abrazo de admiración, pasión y empatía; pero caminar a tu lado, siempre me transportó a un mundo, en el que mi cuerpo sonreía por dentro, mientras que mi cara, reflejaba la concentración en la atención, o en la búsqueda del orden en frases e ideas.
Recuerdo aquel día que nos recorrimos el Reina Sofía. Se me ha olvidado si vimos una exposición en concreto o fue la permanente, pero aquello era el fondo a tus ojos pardos, tu tez de piel fina y blanca, del mechón de pelo que te cuelga ondulándose hacia dentro y que señala el lunar que tienes en la cara y tu boca; cantaba palabras provocando mi sonrisa de complicidad.
Nos perdimos como el que camina por un bosque y el paisaje se queda en un segundo plano. Detrás de nosotros pasaban; Dalí, Rothko, Tapies y tu venerado Chillida; Antonio López, algún surrealista, cubista, minimalista, pop art, figuración, abstración, expresionismo y no estoy seguro si paseamos por el Guernica.
Ayer, como en un déjà vu, volvimos al Reina Sofía y aunque ya no somos los mismos que hace 3 años, el calor de tu presencia es igual que entonces, el que inspiró el primer poema que escribí en mi vida:


...No hubo promesas que no cumplir,
ni palabras sin sentido que sobrasen,
tan sólo miradas relajadas que comprendían
y escrutaban hasta descubrir
en la pupila del contrario “la belleza”...


Y si soy un cretino inapropiado, inoportuno y torpe; es por ello por lo que soy cretino, que mi única pretensión es que estirases los labios, practicando la curva de la satisfacción y decirte que; hasta cuando desvié mi camino del tuyo en mi obsesión y desorientación, siempre, entonces, antes y ahora, pensé lo mismo:
Deliciosa Laura.

(Marcos Hernando Jiménez)
viernes, 26 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a P...



«Mi deseada P...

Hace unos días escuché a alguien decir que todas las cosas caminan hacia alguna parte. Todas, me repitió. No le creí mucho entonces. Luego caí en la cuenta de que efectivamente es así, aunque algunas lo hacen en direcciones contrarias.

Como sé que ya no podemos seguir igual que hasta ahora, y presiento que tampoco será posible ir más allá, quiero que, por última vez y sin el filtro de las convenciones sociales, ni el intencionado disimulo al que la peculiar forma de nuestra relación nos ha llevado, sepas lo que durante este tiempo he sentido yo. También lo que, en muchos casos, he creído adivinar en ti.

De esta manera tan clásica, ya fuera de uso, que conscientemente he elegido para despedirme, hubiera preferido decirte que ya no te deseo y sentir que tú a mí tampoco. Pero no es así. Eso lo hace más difícil. Confieso sentirme cercado por recuerdos tan claros y dulces que debo hacer grandes esfuerzos para continuar escribiendo y no romper la hoja. No lo haré, pero me pregunto si es posible decir adiós sin mirar atrás. Tal vez lo sea, aunque yo no puedo ni quiero despedirme de ti sin volver la vista durante unos momentos.

¡Cómo olvidar la cena en la que, rodeados de personas amigas, nuestras miradas se buscaban en un juego intermitente y maravilloso! Esa noche descubrí, por primera vez, que la fuerza de unos ojos puede penetrar, a través de los propios, a tal profundidad que sientes la más completa desnudez y una gozosa mezcla de pudor y deleite.

¡Cómo olvidar la caricia furtiva, casi robada; el leve roce de una mano que se pasea, durante unos instantes, sobre ti, dejando un rastro de placer y estremecimiento!

¡Cómo olvidar aquella tarde en la sierra! La gloria del verano brotaba por todas partes. Aparecía en las ropas, cortas, transparentes, ligeras, de las personas que nos rodeaban. Un murmullo de voces ociosas y divertidas llegaba de todas partes. De la piscina subían ruidos de chapoteos y gritos de niños alborotados. Todo parecía perfecto. Como un escenario preparado con el mayor de los esmeros para que la representación resultara excelente. El césped era magnífico y limpio. La sombra del fresno bajo el que estábamos, relajante. Las laderas de las sierras que teníamos enfrente poseían ese raro equilibrio que combina naturaleza y civilización sin que ninguna de ellas se sobreponga a la otra. Y tú. El cuerpo cubierto por el bañador, breve, ajustado. Separados por un metro escaso, mis ojos te besaban centímetro a centímetro, y tú lo sabías, y disfrutabas. Te deseé como nunca he deseado a nadie. Y luego el anochecer. Fue pausado, tranquilo, como correspondía a semejante escenario y a lo que estaba sucediendo entre nosotros. Apareciste en el salón con una blusa escotada que mostraba, preciosos, el nacimiento de los senos. Aquella noche noté una plenitud pocas veces alcanzada. ¡Estabas tan próxima, tan tibia, tan entregada!

¡Cómo olvidar tu voz, tan trémula cuando percibías que era yo quien te hablaba al otro lado del teléfono!

Pero todo esto tiene que terminar. Mejor dicho, a partir de esta carta ha terminado. Me marcharé de tu vida borrando huellas y espero de ti que hagas lo mismo. Afortunadamente no habrá suspiros ni frases de consuelo. Nadie dejará caer remotas esperanzas, inalcanzables asideros para el deseo. No hay cartas de amor que quemar ni fotos o regalos que devolver. Nuestro mutuo regalo fue el tiempo que compartimos y esos instantes ya vividos no son retornables. Pertenecen a nuestra memoria común.

Tampoco pretendo vivir en el recuerdo, porque sospecho que toda añoranza es poco más que una fría equivocación de la memoria y que en ella siempre hay algo de inexacto. Y, porque viviendo así, las caricias regaladas, las miradas, las palabras dichas no pertenecen a nadie, caen en abismos infinitos, en sacos rotos. Viviendo así únicamente puede obtenerse el ácido sabor de la ausencia, el sabernos esclavos de un deseo no reconocido, imposible. No quiero que al final sólo nos quede algo por lo que suspirar.

Sé que lograré prescindir de ese tiempo pretérito, aunque no sin dolor. Encontraré otras tareas, otras obligaciones que lo anestesien. Debo hacerlo porque como bien sabes seguiremos viéndonos y encontrándonos. Nos saludaremos amablemente, con sobadas fórmulas de cortesía, pero nuestros ojos no se buscarán, y si por casualidad se encuentran no debemos consentir que expresen más que la natural y comedida alegría que sienten dos personas que se aprecian.

Quisiera finalizar aquí la carta. Sabes que aunque lo estoy intentando tampoco se me dan bien las despedidas. Conoces de sobra mi torpeza.

Puesto que nos veremos no tardando mucho y debemos hacerlo con total naturalidad, lo único que se me ocurre es decirte ¡hasta la vista!».

(Fragmento, Javier Rodi)

Carta del León Herido


lunes 28 de mayo de 2007
¿Quién soy yo?. Al cabo del tiempo uno confunde los lindes de la realidad. Porque a veces me figuro que todos tenemos un personaje imaginario, un yo con el que soñamos, unas hechuras que nos gustaría configuraran nuestro verdadero yo, y a mis años y con las dentelladas leoninas que llevo encima, ya no recuerdo si logré lo que logré en la realidad, en mis sueños, o en mis vacíos temporales relacionados con la farmacopea. Ya no lo recuerdo. Mis glorias, mi valentía, un coraje que me dicen los leones que tuve...se me escapan,y cuando miro en el espejito del pequeño baño de mi roulotte, veo tal extrañeza, que dudo de la vida que viví, dudo de la hazañas que llevé a cabo, y temo haber sido este deshecho que me devuelve el reflejo, desde tiempos inmemoriales.
A veces, en mitad de la noche, cuando ya no tengo ni leones para acariciar, oigo ecos de la carpa, entre sombras me llegan vívidos, colándose por los vericuetos de mis cicatrices, y los niños gritan admirados, las bestias rugen, su sonido retumba en mi pecho descubierto, las mujeres me miran soñando con un hombre que garantiza la aventura, con un hombre que ha seguido un sueño y desafía su confort marital a golpe de látigo. Las luces enmarcan el polvo levantado por el espectáculo, un polvo que se convierte con el tiempo en suciedad, que deja de volar inquieto...los aplausos, los apalusos, los apausos. Otra droga más, la única que no puedo conseguir por prescripción médica.
Si no fuera porque yo soy yo, y me habito sin descanso, me preguntaría qué fue de mi vida; me pararía en ocasiones a pensar qué estaría haciendo Ángel Cristo en ése momento, si va a la compra, si compra carne para los leones en una carnicería, si renueva sus productos del baño, si va gente al circo, si fuma, si llora por momentos, si se masturba, si vive más en los recuerdos que cualquier otra vida, si le acaricia alguien recorriendo sus heridas, si se pregunta qué sentido tiene ya todo, si vive, si se ha muerto; si me he muerto...
¿Estoy vivo?¿Existo?. Porque cuando me recuerdo, tengo una imagen y unas sensaciones que sólo cuadran con los ojos cerrados. Hace mucho que no encuentro un sentido a lo que soy. Hace mucho que no tengo una vida que domar. No tiene sentido domar nada sin un público que se impresione de la hazaña. Supongo que la gente está acostumbrada a luchar de manera anónima, sin reconocimiento alguno, pero para mí es tarde. No se me puede pedir que luche si un niño no se va a disfrazar de mí la mañana siguiente a verme, si un león no va a incluir el respeto en su mirada al referirse a mí, Don Ángel, su amo, si los carteles no anuncian que Cristo se enfrenta una vez más a la muerte, a la vida, el más grande espectáculo que jamás se haya visto. Precios reducidos...últimos días.
Todas estas cosas pensaba mientras termino mi cena, una lenguadina, cocinada a medio gas y preparo mi vaso para enfrentarme al silencio. No termino de decidir si me duele más el olvido o el recuerdo.
Qué tristeza es la vida ¿eh?.Y qué hermosa. Hoy voy a dejar una bombilla encendida, la única que no se ha fundido, para ver si se levanta el polvo, y brilla, y por una rendija se me vuelve a colar un poco de gloria.

(Ángel Cristo, de su blog: El León Herido)
jueves, 25 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a Jack


“Jack, hoy hace 20 años que tengo 20 años, como regalo he vuelto a Brokeback Mountain, he montado la tienda, (nunca supiste montarla bien). Alrededor de la hoguera he sentido en mi cuello el calor de tu aliento y he pensado, ¡ojala pudiera tenerte un poquito! Hay que ver Jack cómo pesa la noche. Desde que te fuiste no hay agostos ni noviembres, ya no quedan hojas en mi calendario. Si se levantase una brisa de viento me traería tu olor, intentaría amarrarla para recibir un soplo de alegría, la guardaría para tenerla siempre en mi bolsillo y poder llenarme de amor cada vez que quisiera.
No veas Jack como me amargan los besos que me perdí, como pesa la noche en mi cama, el sabor de las últimas penas que pasé por ti, me van matando las estrellas, el frío y el calor, la luna quema si tu no estás aquí, cómo matan los recuerdos que se acuerdan de ti.
Te diré que me he hecho amigo de la luna para contarle nuestro secreto, para que entienda mi locura cuando digo que “te quiero”. ¿Te quiero?, nunca nos dijimos “te quiero”, pero sabe Dios, Jack, que no puedo dejar de quererte. ¡Cómo deseo que estuvieses aquí!
El Amor con mayúsculas que me ha llevado a esta cárcel de amor en la que vivo prisionero y que sustentan mi entendimiento, mi razón, mi memoria y mi voluntad. Mi razón me dice que debo morir, que mejor estará la dichosa muerte que la desesperada vida.
La noche se va acercando con las estrellas y la luna de la mano, tengo que despedirme de ti, qué amargas son las despedidas Jack, ojalá pudiese volver a escuchar tu armónica y poder decirte todo lo que el silencio no dijo, decirte que no tengo ni un solo motivo por el que quiera olvidarte, que lo que sentí por ti y junto a ti permanecerá conmigo hasta final de mis días.
Jack, vuelvo al callejón del gato, al callejón de los espejos cóncavos y convexos.
Esta vez, te juro Jack que nos vemos en noviembre”.

(De la película: Brokeback Mountain)

Soliloquio



Jueves 11 de diciembre de 2003

“¿Sabes una cosa? No he montado en caballo más veloz, más salvaje y más puramente adictivo que en este que he descubierto en las sonrisas de los chavales, en la magia de sus juegos,... Y en tus ojos, que me reinventan cada amanecer, que hacen que merezca la pena continuar, que me enseñan el significado de la esperanza y la ilusión. Sos la adicción más potente que he probado, y no quiero desengancharme nunca...”

¿Lo recuerdas? Hoy hace dos años de aquello. El campamento era un éxito, tú y yo compartíamos proyectos, actividades, conversaciones frente a la fogata y pijama a rayas. Aquella tarde, tumbados sobre el césped, lo dijiste como si tal cosa, de un modo tan natural que hizo estremecer hasta la última de mis fibras; y de repente, como si tal cosa, te miré y sonreías abiertamente; pero ya no sonreías porque lo trocaste por pura risa, por pura carcajada; reías y reías como un loco, una risa cantarina y transparente, una risa de niño grande sorprendido por un hallazgo monumental. Me mirabas con ebrios ojos, pupilas dilatadas de puro frenesí; y tu cuerpo temblaba sobre la hierba, presa de un ataque de exultación, de júbilo, de amor por todo cuanto te rodeaba,... En aquel momento supe que te quería más que a nada en este mundo.

La verdad es que no fue esta la única frase que caló hondo en mí; de hecho, me acostumbré a ver caer las hojas en otoño, a recogerme el pelo con los lapiceros que veía tirados por casa, a usar ropa interior, a dar los buenos días en vez de gruñir por las mañanas, y a tus malditas frasecitas lapidarias. Ya ves, pequeños cambios de un día, de otro día, de un tercero, que me transformaron de manera suave, que me hicieron valiente para tomar conciencia de mí, de ti, del resto, hasta alegrarme de encontrar mi imagen en el espejo, observándome por primera vez.

Lo tuyo era impúdico; vamos, que jugabas con ventaja, y bien que sabías aprovecharla. No era posible escapar del hechizo de tu voz grave, de esas palabras que dejabas corretear como un susurro, como un suspiro; escapar de ese arrullo dulce que calmaba y sanaba las llagas más viciadas y purulentas del alma. Recuerdo ahora la primera vez que nos vimos. En aquella soporífera conferencia que pretendía enseñarnos algo que nos resultaba dolorosamente familiar y propio, que demasiado bien conocíamos, a cambio de un puñado de monedas de plata.

“No tienen ni puta idea” dijiste, y volviste tu cabeza hacia mí mientras se te cayó un guiño; recogiste tus cosas y te levantaste, decidido, resuelto a traspasar la puerta... Yo hice lo propio con mis bártulos y te seguí como perro sin amo. Tomamos un café de seis horas, hablamos con el atropello propio de quien vacía su maleta porque ya está en casa, te invité a mi piso e hicimos el amor; no podía ser de otro modo.

Me ha costado esfuerzo sobrehumano verte a través de los ojos del pasado, pensarte tan distinto a como te he conocido. Pero era así, y aunque me estallaba el pecho cada vez que abrías la caja de Pandora, me preparé para oírte hablar de ruinas humilladas, de hastío, de soledad infinita, de un vagar que no te permitía ni desear morir. Un pasado lleno de mentiras, de violencia, de cólera y rabia mitigadas únicamente al caer en redondo en cualquier pocilga, en cualquier esquina perdida, en cualquier parque abandonado, tan abandonado y vacío como tú, que fuiste deshaciéndote, noche tras noche, de tus recuerdos, de los nombres que te acompañaron desde siempre, de tu identidad.

Un día despertaste en un frío callejón, como advenedizo y recién llegado, sintiendo la dureza del suelo, sintiendo la indiferencia de la gente -que caminaba por la acera, evitando incluso el frágil roce de tu aliento-, de los coches, de los árboles; la indiferencia de tu cuerpo, excremento baldío y senectud forzada, que se negaba a obedecerte. Las primeras lágrimas quemaron, pero desterraron el delirio y purificaron tus sentidos.

No debió resultar fácil. Tanto tiempo escondido, inmerso en la oscuridad, y de repente la luz, y tus retinas cegadas por el restallido del dolor en otras retinas, otras retinas calcinadas a fuerza de llorarte en silencio y de buscar tu nombre en las esquelas que penden del mismísimo infierno... Pero te acostumbraste y te hiciste metáfora, yermas cenizas convertidas en pétalos tocados por la gracia de húmedo pincel, y te hiciste canción, y te extendiste sutilmente dejando una tibia estela a tu paso. Ahora ya éramos dos; dos fundidos en uno, reflejo tan exacto que desorientaba.

Y aprendí de ti todo lo que no me enseñaron en el colegio: aprendí a quererme, aprendí a perdonar y dejar a un lado el rencor, aprendí que Chano, Peque, Markitos, Raquel, Davinia, Eli, el Pulgui, Fele, y el resto de mocosos te daban la vida que perdiste antaño, aprendí a beber del mismo manantial y nunca los tragos calmaron como entonces mi sed, la sequedad de mi garganta y mis venas, consumidas de tanto jugar a ser Dios y querer comerme el mundo de un bocado.

Me lo pregunto muy a menudo, y aunque no contestás, estoy segura de que lo sabías, de que eras consciente de lo que se cernía sobre todos nosotros... Pero callaste y, con resignada quietud, te empeñaste en vernos crecer mientras sacabas de la manga los últimos ases que guardabas. No puedo negarlo porque sabes demasiado de mí, así que te confieso abiertamente que aquellos fueron los peores meses de toda mi vida. Verte rabiar de dolor noches enteras, verte palidecer y enjutarte, tener que ver cómo se extinguía la llama de mi vida entre sábanas de algodón, bubas, alaridos y almohadones...

Te perdí el rastro tantas veces... Pero en ciertos momentos aún reuniste fuerza suficiente como para emerger de la profundidad en la que te sumieron los medicamentos y la cuenta atrás de negra y espesa faz,... Y nacía, vestigio de lo que abandonabas, una chispa en tu mirada- ya ni siquiera podías hablar- lo suficientemente intensa como para tranquilizarme y mostrarme que no te marcharías sin despedirte.

De la web: El Confesionario
miércoles, 24 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a mi nueva amiga



Querida Amiga nueva:

Todo lo tangible descansa sobre lo abstracto. Todo ruido ensordecedor tiene sus cimientos en un profundo silencio... todo lo que es, ha sido antes un “no-es”. Es así como se cumplen los ciclos vitales. Es así como las amistades nunca se secan, ni terminan, porque amigos viejos dan paso a amigos nuevos.

¿Qué te puedo decir? Tal vez muchas cosas pero te aburriría; tal vez otras pocas, pero no me entenderías. Mi mundo es complejo y contradictorio, y hemos llegado muchos años tarde la una a la otra. Por eso en lugar de enseñarte mi caja de Pandora, prefiero abrirte las puertas y ventanas de mi casa, para que tu brisa fresca invada mi vida.

Aquí puedes contar lo que quieras sin ser juzgada, y por lo tanto sin ser perdonada de nada, es como escribir, sin el “como”, y nada más.Te ofrezco mis oídos y cuando te quedes sin palabras te regalaré las mías, las que me vayan saliendo sobre la marcha. Siempre he sido buena improvisando palabras. Toma, te regalo estas tres para empezar: Jardín, azul, telescopio… hay todo un universo diminuto guardado en la palabra “jardín”, un océano de sentimientos en la palabra “azul” y una galaxia de sensaciones dentro de la palabra “telescopio”… Soy una adicta a las palabras y a los libros, esos baúles de papel donde se guardan a puñados.

La imaginación me ha regalado el don de crear historias y dar vida a personajes, con los que puedo llegar a confundirme; este mimetismo me permite entrar y salir de ellos sin que nadie lo note. Puedo formar parte del inmenso carnaval donde todos llevamos una máscara, para ocultar el dolor y la tristeza detrás de bonitas frases, rehuir al contacto íntimo y esculpir falsos ídolos de barro. Te presto mis disfraces y te regalo mis cuentos de hadas. ¿Y que voy a pedirte a cambio? Que compartas conmigo tus ideas y sentimientos, todo eso... que no es poco.

La Dama
lunes, 22 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a Patricia


Querida Patricia:

No sé que habrá sido de ti en todos estos años –ya han pasado casi veinte - y no sé si creer que, en el instante en que publico estas palabras, puedas estar tú leyéndolas en alguna parte de este mundo. Tú fuiste mi mejor amiga durante dos años de primaria. Yo era introvertida y sombría, con un punto triste y enfermizo. En cambio tú eras altiva, orgullosa y derramabas carácter a tus ocho años. No sé cómo empezamos a ser amigas. En realidad yo, que siempre he buscado sustitutos para mis ausencias, andaba algo huérfana de amigas por aquellos tiempos, desde la partida de África a Argelia, el país del que llegó a mi vida un año antes que tú. Tú eras pálida, de una palidez extraña y fría. Confieso que al principio me pareciste fea y distante. Demasiado… en todo: demasiado fría, demasiado fea y demasiado distante…Desde entonces no he vuelto a prejuzgar a nadie. Esa fue la primera lección que me enseñaste.
Me gustaba tu acento inglés y los bocadillos de mantequilla y de jamón de york de tu abuela… Tu padre era un señor extraño, que se comunicaba sólo en inglés, y sólo contigo…tu madre una mujer inteligente y joven, vestida siempre de riguroso negro, que en aquellos tiempos simbolizaba el luto…nunca te pregunté por qué vestía de negro. Ella era española y bilingüe, como tú. En esos años ser bilingüe suponía pertenecer a otra galaxia, algo incomprensible para una niña de ocho años. Me gustaba tu apellido inglés Upton, Upton, Upton…y me gustaba repetirlo en silencio y corregir a aquellos que lo pronunciaban mal. Era como pertenecer un poco a tu mundo, como formar parte de tu universo paralelo, superior, a años-luz del mío.
Todo lo que hacías tenía un aire individualista y distinguido. Eras una feminista progre de ocho años y yo te admiraba. Tu pelo rubio pajizo y tus mejillas rojas en cualquier época del año y especialmente en días fríos, como el de hoy, te hacían una niña singular entre el resto. Había algo de líder innato en ti , levantabas un dedo y las demás te seguían, sin embargo tú parecías no darte cuenta, era algo tan natural que lo hacías como respirar y aunque pudiste elegir a las más populares de la clase, me escogiste a mí para ser tu mejor amiga, en esos años convulsos de la infancia en la que los amigos te marcan para toda la vida.
Yo te admiraba y aspiraba a ser como tú… un poco. A solas en mi habitación imitaba tu forma de andar delante del espejo y tu manera de arquear la ceja izquierda, como una Lauren Bacall niña dispuesta a pisar cabezas para ganar un concurso de belleza infantil. No sé cómo lo hacías, a mí nunca me salió.
Te gustaban mis dibujos y yo te los hacía como regalo en las libretas que estrenabas, como una ofrenda a tu amistad incondicional…
Aquellos dibujos que desaparecieron, las tardes haciendo deberes en tu casa, los bocadillos de tu abuela y todo el glamour que te rodeaba se esfumaron de repente, como casi todas las cosas que he tenido en la vida. Te marchaste y nunca mas supe de ti. Te imagino ahora casada o no, con un cargo de responsabilidad en Londres y madre de una niña idéntica a la imagen que guardo de ti y de aquellos años.
Como decía Serrat en una canción…”donde quiera que estés te gustará saber que pude hacerlo y no te he olvidado… “
Donde quiera que estés Patri, que seas muy feliz, amiga del alma.

(La Dama)
sábado, 20 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta tras un portazo



Te has ido, has cerrado la puerta de lo que “éramos” y te has llevado de mi casa tu presencia, que no tu recuerdo. Hoy el mundo se vuelve a desmoronar a la espera de una nueva reconstrucción que no se vislumbra. Hoy odio las parejas que se besan por la calle.
Tal vez esto sea un llanto con formato de Times New Roman 12 puntos que va mojando el papel. Siempre he pensado que cuando la lágrima asoma no se debe poner barrera, el cuerpo deshoga la impotencia como cuando está cansado y duerme. La tristeza, como una fórmula de física o química, nos vence de la misma forma y el desconsuelo es un campo eterno sin horizontes ni sendas.
Hoy dejo que mi mente se hunda en la melancolía y la nostalgia y me ahogaría en ellas, pero no puedo, sé que flota y que volverá tosiendo recuerdos que ya no significan nada.
La pelea ante el dolor es esfuerzo constante de seguir respirando, es el instinto de supervivencia que nos salva, la sucesión de fichas de dominó que nos llevan hasta otra canción, esta...ya se ha terminado.

(Marcos Hernando Jiménez)
lunes, 15 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta con un corazón



Querida ausente:

Esta misma mañana me he visto sorprendido por el dibujo de otro corazón sobre la luna (jodida metáfora) delantera de mi taxi. Luego he permanecido un buen rato observándolo desde mi asiento, siguiendo sus trazos con la mirada, su contorno: sin duda, las lluvia de esta noche fosilizada sobre el cristal creó un fondo perfecto para el pincel de tu dedo.

Sé que lo has dibujado tú, del mismo modo que, en su día, tenías por costumbre dibujarlo cada vez que salías de mi casa. Todas las mañanas, después de dejar tu huella en mi cama, salías sin hacer ruido, para no despertarme, y luego siempre dejabas tu otra huella, la de tu dedo, en el cristal de mi taxi (como quien pega con imanes notas de amor en la nevera).

Aunque sigas sin entender por qué acabó todo (yo tampoco lo entiendo), quiero que sepas que te sigo queriendo, que sigo suspirando por esos pequeños detalles que llenaron mi pasado, o por el cepillo de dientes que dejaste en mi baño y que aun no he sido capaz de tocar.

Y ahora, en fin… sé que has vuelto con él, a vivir con él, igual que antes de comenzar lo nuestro. Lo sé porque el otro día me crucé contigo mientras conducías su coche. Sé que te trata bien, como a una princesa (claro, te lo mereces), que te ofrece la tranquilidad y la seguridad que yo nunca he sido capaz de darte. Sin embargo también sé que me sigues queriendo, que cada noche te acuestas a su lado mientras piensas en mí. Por mi parte, tampoco he dejado de quererte, solo que ahora el espacio que dejaste en mi cama permanece tan vacío y tan frío como un igloo flotando en el deshielo.

Tan sólo quiero que, a través de esta carta (espero que repares en ella cuando vuelvas a dibujarme el próximo corazón) sepas que he pasado el día conduciendo a través de ese corazón (lo dibujaste a la altura de mis ojos; chica lista...). Luego se ha puesto a llover, y sin embargo el dibujo no se ha borrado del cristal. Ha permanecido ahí, impasible. Supongo que mojaste tu dedo en saliva para dibujarlo. La misma saliva dulce y cálida que tantas noches lubricó mis sueños. La misma saliva que ahora permanece enquistada en mi recuerdo.

No dejes de dibujarme corazones, y yo prometo no tocar tu cepillo de dientes. Nunca se sabe.

(Del blog: Ni libre ni ocupado)
jueves, 11 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta en el taquillón de la entrada



Hoy cambiamos de escenario, de ring. En vez del comedor o la cocina, elijo el papel. En vez de los gritos, escojo la times new roman como arma. Y tal vez escoja la forma más cobarde, la de la no presencia y la de desahogarme con el temporizador que te da una carta colocada en el taquillón de la entrada. Pero ya me da igual, a estas alturas ya no tengo nada que rescatar. Mi autoestima se ha hundido con el bombardeo constante de tus reproches, mi control ha sido desbordado por tus momentos de ira y mi propia imagen es un puzzle al que le faltan piezas, una caricatura, una estatua clásica amputada por el tiempo y la erosión… Sí, ya sé que esto suena a autocompasión, una de las cosas que más odio, pero fíjate que es lo único a lo que me he sabido agarrar después de tanto rayo y tanto trueno. También suena a que te culpo de todos los males de esta pareja. Tendría que ser políticamente correcto y con justicia salomónica partir por la mitad. Pero lo siento, la única culpa que consigo aceptar es la de haber elegido mal, la de estar ciego y la de haber sido un cobarde tanto tiempo. Viendo que estoy muerto, que ya sólo queda la agonía de dejar que pase el tiempo, para que también pase nuestra pasión, esa que antes fue de amor y ahora es de odio. Viendo que nuestra única esperanza es la del silencio monótono; tomo la alternativa más huyente de dejarte en la estacada y lo hago llevándome la satisfacción de darte el último golpe, la de elegir la soga para nuestra condenada pareja. Sé que vas a desear que te diga que me he ido con otra mujer, pero no… lo siento pero no, ni tampoco me he hecho gay, ni me he metido en una secta, ni tan siquiera soy budista. Me he ido porque no te aguantaba más, tampoco me aguantaba a mi, pero sobre todo no te aguantaba a ti. No aguantaba tu hipocondría, me agotaba que siempre te doliera algo y que siempre estuvieras peor que yo. Si volvía con dolor de cabeza del trabajo, a ti te había dejado la cabeza como un bombo tu jefe. Si argumentaba varias tareas realizadas durante el día, que me daban la excusa para estar cansado, tú habías hecho un par más que te ponían por encima en el ranking. Si empezaba a notar síntomas de la gripe, no sé cómo lograbas tener fiebre antes que yo. ¡Cuánto esfuerzo derrochado en ser felices para terminar dándome cuenta que tu estado ideal es el de amargada!. Pero esta vez no me podrás soltar tus cien mil justificaciones y razones para convencerme de que tienes derecho a estar mal. Ahora es asunto tuyo y no creo que te motive tanto tu tristeza, si no la ves reflejada en tu contrario y puede que tengas derecho a uno que esté a tu nivel. Así se podrá ver la pelea perfecta, la lucha por el dominio en cada parcela de la relación. En cambio yo siempre escogí la huída y esta vez escogí la definitiva. Tal vez te quieras refugiar en que te he hecho una putada largándome de esta manera y presentarte como víctima, que es tu papel favorito, a nuestros amigos y a tu familia, quien sabe, es posible que también a la mía. Pero si tienes un poco de dignidad no lo harás, si piensas que tan sólo he recogido el guante que me has lanzado tantas veces como amenaza, cuando decías que si no estaba bien, que me fuera. Pues me voy, me voy pensando en que lo tenía que haber hecho antes, antes de que desapareciera el rastro de lo que fui. Hoy me vuelvo a inventar y ni siquiera te dejo la excusa de que te enfades conmigo. No me llevo nada, ni te pido nada, te dejo la casa, el coche, el chalet en la montaña, los cuadros, las joyas, las acciones y este reproche en papel. Te dejo el camino libre, ahora puedes reconstruir todo lo que pensabas en ruinas. Incluso ya no tienes porque esconderte en esporádicas visitas a habitaciones de hotel, con ese amante que adiviné el día que desapareció el sexo en nuestra relación. Tienes todo de tu parte para poder ser feliz. Si es que quieres querida.

(Marcos Hernando Jiménez)

Carta a solas...



Hace tiempo que te fuiste, ya perdí la cuenta de los meses. Hoy he decidido hacer repaso, ya sabes de vez en cuando me gusta observar lo que ocurre en mi mundo desde la perspectiva que te da el tiempo, y me apetecía hacerlo escribiéndote esta carta.
¿Cuánto hace? Ocho o nueve meses. Recuerdo el día que te fuiste y cómo te fuiste. Cuando recogías lo imprescindible para abandonar aquel nido de discusiones. Te observaba sentado sobre la cama, con la angustia apretándome la nuez, la esperanza, un tanto ingenua, que me decía que aquello no era definitivo y el pánico, mucho pánico, pánico en los rincones donde nos besábamos, en todos los lugares donde habitaba tu recuerdo y no sólo el tuyo si no el mío, de mi yo contigo que iba a desaparecer cuando cerrases la puerta. Puede que los dos aborreciésemos nuestras vidas, lo que éramos juntos, pero en el momento de esa muerte tuve miedo, terror a estar solo, ataque de pánico.

¿Por qué tenemos tanto miedo a estar solos?. Pero no tú ni yo, en general. No sé si te habrás fijado, pero he visto demasiada gente a mi alrededor que prefiere resignarse a ser infeliz, que arriesgarse a estar solo. ¿Será que es lo más cercano a estar muerto, es lo más cercano al olvido, a que creas que no existes por no tener proyección en nadie?

La cabeza es curiosa. ¡Sabes si me he duchado veces estando sólo en casa, cuando aún vivías conmigo!. Disfrutaba del momento, que era mi momento, con mi música, con el bao, era el proceso en el que me esforzaba en parecerte más atractivo, ya sabes que siempre he sido un presumido. Desde que no estás, me obsesiona caerme mientras me ducho, quedarme inmovilizado por el golpe en el fondo de la bañera, que nadie escuche los gritos de auxilio y morir de inanición. Cuando me atropellan estos pensamientos ilógicos, es cuando más conciencia de la soledad tengo, cuando escucho lo ecos del pasillo.

Insisto, el ser humano tiene mucho miedo a vivir solo, no está preparado. Cuando dejas a tus padres, es porque te has ido a vivir con tu pareja. Si te separas de la pareja, normalmente lo haces por el amante y si eres el abandonado, con ansiedad buscas un sustituto.

La sociedad tampoco está preparada. La gente “normal” no entiende que uno sea uno y no dos o tres. Tu vecina te mira torcido porque siempre vas solo, la taquillera del cine con lástima cuando le pides una entrada, o si sales a cenar, las mesas de alrededor siempre están ocupadas con familias numerosas, llenas de niños que corretean alrededor, mientras uno clava los ojos en ese bicho tan raro que eres tú.

Las hipotecas tampoco están preparadas para subyugar individualmente….ni tampoco en pareja, pero no quería hablarte de este tema.

Y al hacerte mayor, mayor es el miedo, mayores las dependencias y las querencias hacia la rutina de la compañía, que es el rescoldo de lo que fue la pasión. Nuestra pasión no se apagó, pero nos hacíamos muy mala compañía. Estando contigo ya me sentí solo, me imagino que a ti te pasaba lo mismo. Tan sólo nos buscábamos para besarnos con furia o enfurecernos con rabia. Subimos tantas veces a la cumbre, para luego bajar rodando que nos olvidamos de caminar erguidos.

Hoy te confieso, que fuiste valiente y te marchaste, yo fui cobarde y te abandoné sin irme, sin quedarme, esperando a que te fueras. Te obligué y me dejaste con tres palmos de narices.
Por primera vez en mi vida, he decidido estar a solas. Será que le estoy cogiendo gusto a lo del onanismo.

Por cierto, el gato, que es tuyo y es mío, de un tiempo a esta parte pone cara de querer abandonarme, se lo noto en sus maullidos. Ayer afronté la situación y le dije que si quiere irse tiene las puertas abiertas………Como se vaya adopto un perro……

(Marcos Hernando Jiménez)
miércoles, 10 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta a Peter Pan



Querido Amor nº 12:

Te debo una disculpa.
Empecé contigo para olvidar a Amor nº 10. Creo que lo sospechaste siempre, cuando me oías hablar de él con melancolía disfrazada de desazón. Las recaídas en sus trampas eran interminables y decidí poner fin a ellas. Estaba malherida y rota, pero encontré las ganas de recuperar mi malograda autoestima…Y en plena convalecencia apareciste tú, con tus cuentos de la luna cuando mirábamos el cielo tumbados en el césped del parque. Eras un Peter Pan de treinta años, que sacabas conejos y flores de tu chistera verde para hacerme sonreír y yo te miraba con el nudo en el estómago que aún tenía. Eras divertido. Y nunca me hiciste llorar.
Lo nuestro duró cuatro meses.Y más que una pareja, éramos una pandilla de amigos: tú, yo y los chicos con los que compartías piso. Adoraba tu vida, no te quería a ti, en realidad quería ser tú, yo quería tener la complicidad que tú tenías con tus amigos. Me sentía como Sandra Bullock cuando entra a formar parte de la vida de Peter Gallagher en “Mientras dormías”. Siempre me ha emocionado esa película, y cada vez que la veo me acuerdo de ti…casi siempre la veo en Navidad y a solas, para que no me vean con los ojos húmedos y el pañuelo en la mano.
Amor nº 12, ahora que seguimos en contacto a penas por esporádicos e-mails reenviados, quiero que sepas que fuiste un gran amigo.

De todo corazón: Gracias.

Carta a mi madre



Querida mamá:

Nunca he hablado de ti. Ni de nuestras diferencias. Porque hablar de ti es hablar de mi historia desde dentro. Hablar de mis comienzos y hablar de nuestros continuos desencuentros. Dos personalidades opuestas unidas por lazos de sangre. Pero hablar de ti en ese sentido ya no tiene razón de ser. Ahora no, ya no. Decir que nunca me he llevado bien con mi madre y los motivos ya no tiene sentido alguno. Tu sobreprotección y su desapego. Tus críticas feroces y tus comentarios soeces, tocando allí donde el dolor no tiene cura… Ya no eres una rival de talla como lo fuiste en otra época. Cuando cualquier discrepancia era el comienzo de una nueva batalla que siempre acababa con la guerra psicológica del echarnos en cara decepciones antiguas. En cada discusión salían a relucir las mismas llagas de siempre. Heridas que nunca han cerrado a pesar del paso de los años. Pero esas rencillas tenían una fecha de caducidad que yo desconocía. Desde hace meses vengo notando lo que empezó como pequeños despistes que cada vez se han venido haciendo más frecuentes y más evidentes. Ya no puedes, ya no puedo, atribuir tus errores a la casualidad o a la falta de atención. A veces te descubro llorando a solas cuando intentas poner un disco y no recuerdas qué teclas has pulsado desde hace años. Tus cambios de carácter. Tu verborrea sin sentido. Tus preguntas reiteradas. Tu echar mano continuamente de la caja de Motivan. Mi miedo a verte en este estado... Tu memoria de pez. Tus lágrimas de cocodrilo. Tu tristeza efímera, tu sonrisa insulsa… Tu pelo escaso y marchito, que fue suave y azabache en otro tiempo… ¿quién eres tú y qué has hecho con mi madre?

A veces creo que todo es una pesadilla. Me imagino que cualquier día te vas a despojar de tu piel de casi setenta años y va a salir la mujer que recuerdo de mi infancia, esa mujer que reconozco sólo en tus ojos y que vive en algún lugar detrás de la mujer que veo. A veces recuperas la cordura, a modo de Don Quijote en su lecho de muerte, pero es tan sólo una ilusión pasajera porque de nuevo empiezas a luchar contra molinos de viento que sólo tú puedes ver… Yo te digo que son gigantes y te juro que yo también los veo, para que no te encuentres sola en tu propia batalla contra el olvido, esa inmensa “nada” que diluye tus recuerdos como si de un puñado de arena en las manos se tratara… Se te escapan los pasajes de tu vida por las costuras de la memoria y yo, trato de ser notario fiel para contarte mil una veces las historias que tú me contabas de niña. Trato de recordar con todo lujo de detalles como eras tú y mi abuela, como me contabas que era tu colegio y tus amigas de la infancia, tus primeros amores, tu adolescencia, cómo llegamos a la casa donde hemos vivido casi treinta años… Todos los días repasas tu álbum de boda y te sorprendes de las misma fotos en blanco y negro, como si fuese la primera vez que las ves. Y mientras tú disfrutas de las fotos, como de un nuevo regalo de la vida, contemplo a mi padre, en su mundo de silencios como un león cansado y herido, que no piensa abandonar al amor de su vida aunque llegue un día en que ya no lo recuerde…

(La Dama)

Rastros de Pintura



¿Te has fijado alguna vez en las paredes? ¿Las has tocado con los ojos cerrados, un instante, y sentido los surcos desnudos de la pintura blanca que se extiende por las habitaciones? Dicen que las paredes están muertas, Ana. Dicen continuamente que las paredes -ya llevo dos meses aquí- mejor en ocre; las paredes no tienen que notarse. Y no es verdad, ¿entiendes?, eso no es cierto. El blanco siempre ha servido.El color blanco es la tierra de todos los mensajes. Sabes que me gustaba el blanco de la nieve en las películas. Todo lleno de nieve. Me encantaba ver ese rastro de sangre que va dejando un hombre herido en la pierna, con barba y pasado, que busca como un dios hambriento a su hija (Clara, o Anabella, o Susan). Hombres oscuros, en un castillo, muy lejos de allí, piden un rescate por ella. Padre e hija vuelven a casa, una noche, dejando pisadas blancas enormes en el sendero, hay más sangre. Blanco de una sábana erizada de luz, la siesta, y nosotros cuando vivíamos juntos. El blanco de los ojos de los mastines (¿cómo está Nubia? ¿ya come bien?) Las paredes de este piso son blancas. Todavía no me había fijado en ellas cuando llegué aquí, Ana, pero sí -a los pocos días- en la escritura del mundo, esa carretera de óxido donde se acumulan los mensajes. El mundo está lleno de mensajes. No mucha gente lo sabe o quiere recordarlo. Imagínatelo: en este momento hay cientos de dedos derrotados garabateando una servilleta que luego irá a un bolsillo, eso es; docenas de vestuarios de instituto siendo allanados por la escritura de un muchacho gordo lleno de poesía ("las tetas de Silvia Manfredi, un mundo"). Una niña, en otro país, escribe su nombre en la arena y después lo borra. Cuando muramos, el mundo seguirá lleno de mensajes. Eso es todo. No sé por qué, desde que te echo de menos, pienso en los mensajes que deja la gente en las cosas, sus corazones derruidos, cómo hay que mirar los rincones de los autobuses para descubrir bibliotecas de humanidad. Al mudarme aquí, después de que lo dejáramos (ese cambio de aires que me exigiste), no me iba a ninguna cafetería a permitir que la tarde devorara todo, conmigo dentro, al fondo. No entraba en los cines a respirar el dolor de los detectives entre el humo, diciéndole a una mujer alta que era demasiado tarde para el amor, para vivir, para ellos. Lo que hacía era acudir a unos baños públicos de cierta plaza, echar una moneda y arrojarme a esa oscuridad. ¿Y sabes lo que venía entonces? Pues que me fijaba en los mensajes, y pensaba en ti; me he quedado horas mirando al techo de ese baño, el rincón junto a la taza. Fíjate, a veces los mensajes varían, se transforman, como una especie carnívora que sólo unos pocos hayan descubierto: "Te quiero, Jorge Chavarri" "Vi cómo salías de este baño el día quince, no he podido olvidarte" "Voy a morir en dos días. Ayúdame, llama a este teléfono de lunes a viernes. Podríamos llegar a querernos". Una semana después de estudiar la caligrafía de ese urinario público me dieron trabajo en la tienda de tatuajes, y decidí empezar a llenar de palabras las paredes de este apartamento. Me encontré, una tarde, saliendo de una tienda con un bote de pintura rojo en la mano, alcanzando la escalera derrotada del edificio y después buscando un rincón de la casa. El primer mensaje lo escribí al lado de un cuadro que tengo en la entrada (los cuadros insultantes llenos de jarrones y flores chillonas estaban aquí cuando llegué, no es culpa mía). Me quedé mirando esa palabra diminuta, te juro que asustado. Por eso, si pulsaste la tecla de escuchar mensaje en el contestador, pudiste oír una respiración abrupta, creo que un bote de pintura que se vuelca, y cómo maldigo y continúo pintando. Escribí tu nombre. Los días eran una especie de madriguera con humo. A veces el sol salía y llenaba de luz este edificio lleno de ternura y olor a pescado cocido, todavía pasa. Era el final del primer mes. En la tienda de tatuajes empecé a fijarme en la espalda desnuda de la gente, es un gesto que todavía no evito. Mirar la superficie pálida, la curva de la espina dorsal (como una vía de tren en una estepa), esos lunares que manchaban el conjunto. Escucha, Ana: las espaldas, las paredes, no se pueden dejar de mirar nunca. Esa gente me pedía árboles negros, algunas letras góticas de las que cayera una gota de sangre, un escudo terrible, bajo los omóplatos, de algún equipo de fútbol. Y no sé por qué les decía: "¿No prefiere tatuarse un nombre? ¿De verdad no tiene a alguien a quien quiera recordar siempre? Hágame caso". A veces me miraban, furiosos, y pedían cambiar de tatuador. Era como si alguien hubiera abierto su caja llena de vísceras y palpara el dolor que guardaban, muy dentro, con reparo. Tú a lo mejor creerías que estoy loco si no me conocieras bien. Pero no estoy loco, no más que cuando te quería. Han venido más noches y más letras en las paredes, no podía evitar escribir (algún bolero, un mensaje inacabado, tu nombre en mayúsculas). Hace poco, vino un hombre a repintar. Era un tipo calvo, con labios de pez, y le imaginé devorando ratones los domingos en la oscuridad de un cuarto. "¿Le dejaron esto escrito cuando se mudó aquí?", me preguntó. "Es obra de un imbécil". Le odié, es verdad. Cuando terminó de pintar dije que podía haberse dado más prisa, aunque no fuera cierto, y desde entonces decidí repintar yo mismo el piso cada vez que lo necesitara. Has empezado a aparecer, escrita en rojo, siguiendo el rodapié. "Ana", junto a los marcos de las puertas. "Ana" por toda una habitación vacía que está siempre cerrada, al fondo. No la uso para nada en concreto, aunque tu nombre ocupa bastante sitio. Cuando no queda más espacio, vuelvo a pintar. ¿Te imaginas lo que hacen los vecinos? El olor penetrante a pintura blanca lo impregna todo. Salgo al rellano, con la mascarilla todavía puesta. Me acurruco en un rincón satisfecho. Y puede que sea el anciano oscuro de la puerta de al lado el que sale del ascensor, o esa mujer casi tísica, Eva, que tiembla siempre como un frigorífico a punto de morir cuando recoge sus cartas. Miran entonces la puerta entreabierta de esta casa, muy despacio, y luego me miran a mí y notan el olor a pintura. No puedo explicártelo, pero me gusta cuando se tapan la nariz y, al poco, se meten en el quirófano amarillento que es su hogar. Alguna vez han observado unos minutos por la mirilla, esperando. Les he saludado desde el rincón.En cierto sentido, ahora que nos recuerdo, me entristecen las superficies desnudas. Hay una pereza espantosa en los pupitres sin arañazos, las bañeras, o en esa gente que ha tirado las cartas de otros (seguro que conocemos a alguien). Te echo de menos. Y puede que aún te quiera. Es todo lo que puedo decirte. En la tienda de tatuajes a veces no soy capaz de terminar esos árboles negros, o ni siquiera intento hacer los colores del escudo. Quieren echarme si no cambio. Eso dicen.Hace poco, una mano poderosa, manchada de la tinta de un informe, decidió cambiar el urinario de la plaza por otro nuevo. El corazón de la gente tarda en abrirse, eso es algo que he aprendido en esta ciudad. En ocasiones voy allí, meto la moneda, y al entrar noto sólo el hueco mamífero, un rastro de perfume, nada. Apenas hay un insulto a un partido político junto a esa taza moderna. Dos frases huérfanas, a medio hacer, sobre miembros viriles. Y nadie ha vuelto escribir que quiere a nadie (tardarán un poco). Hoy, al despertarme, lo he hecho: he pintado un corazón con pintura fluorescente en la pared que hay frente a mi cama. Dentro, he escrito nuestros nombres. No ha quedado mal; hay un tramo que se derrama hacia abajo, bordes abruptos, varios churretes, pero el corazón es gigante, sólo se ve cuando apago la luz, y me parece hermoso. El resto del piso vuelve a tener sus paredes limpias, recién pintadas. Ana, ¿has sentido alguna vez tu cuerpo junto a una pared blanca y hallado, de pronto, el punto justo donde debía escribirse un mensaje? No sé, puede que no vuelva a escribir nunca. Puede que mañana, si encuentro las fuerzas, deje otros mensajes -"te quiero", "¿te acuerdas de mí?", "volvamos a vernos algún día"-, o regrese al urinario, o convenza a alguien de que se tatúe ese nombre querido en su espalda. Supongo que ese día, cuando vuelva a casa y no quede más espacio, te recordaré, volveré a repintar todo. Entonces, durante un buen rato, tocaré las paredes.


(Matías Candeira)


Nota: Carta ganadora del V Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor.

Carta para Camaleones



Tienen razón Amor, nunca hablo de ti. Porque hablar de ti es desde hace casi dos años como hablar de mí misma. Porque tú te has convertido en mi mejor mitad. Y esa mitad la guardo sólo para mí.

Cuando más desprevenida estaba apareciste. De repente me encontré acompañada a todas horas. Desde entonces son tiempos de amar y de no envejecer, porque la vida me mira a través de tus ojos y en esos ojos grises siempre seré joven y bonita. Nadie sabe quién es aquella que le sonríe a la lluvia sin motivo alguno, y a los atardeceres cuando se acerca la hora de nuestra cita diaria. Quien lo haya sentido alguna vez no precisa oírlo; quien no lo haya sentido no lo comprenderá.

Contigo Amor he alcanzado algo que jamás supe lo que significaba: la serenidad.
Los otros no fueron más que tiempos breves y confusos en mi vida. Prehistoria del pecado, apuntes de pasión, amor de niños, ensayos... Hasta que llegaste tú, con esa forma tan tuya de ver la vida sin traumas ni rencores. Ahora eres tú quien mejor conoce mis tristezas y mis alegrías.

Hay quien nos aplaude y hay quien se ríe a nuestras espaldas. Hay quien no apuesta por lo nuestro y quien afirma que no me ve convencida. Sólo nosotros sabemos que a pesar de nuestras diferencias somos la pareja perfecta. Me gusta tal y como es mi vida a tu lado, porque he empezado a amar las pequeñas cosas como nunca antes lo hice.

Yo no necesito estrenar un vestido nuevo cada Domingo de Ramos, ni rosas y bombones los catorce de febrero, ni ser la reina de la olla exprés, ni viajar al otro lado del mundo cada puente de la Purísima. No quiero que elijas mi corte de pelo, ni estar pendiente de tus llamadas de teléfono, ni que una agenda decida mi vida. Me conformo con ver atardecer en la playa contigo, con pasear por el parque, con viajar en autobús a cualquier sitio, con tomar café en los bares de siempre y tener mil tardes de sofá y televisión junto a tí.

Me encanta crear nuevas costumbres a tu lado y ver como se te ilumina la cara cada vez que nos reímos juntos, con nuestro lenguaje particular que nadie, salvo nosotros, entiende…

Recuerdo nuestros comienzos aquella tarde de marzo. Nos encontramos como dos chuchos callejeros cubiertos de mataduras y pusimos exquisito cuidado en nuestras palabras para no lamernos las heridas el uno al otro. Y te empecé a amar incondicionalmente, poco a poco. Me enamoré de ti, del sabor retraído de tu yo, de las alcobas de tu alma, de la noche de tu pelo llena de lunas fallidas, de la fuerte arquitectura que sostiene tu cuerpo y tus sueños. Te amé y cuando me encontré entre tus brazos me sentí querida como nunca, porque una valora más lo que no ha tenido.
En ningún momento quise preguntarte por tu pasado, aunque me lo contaste, ni si pensabas que la gente que habías amado podía algún día regresar a tu presente. No quisimos pensar en eso, ni siquiera cuando nos quedábamos callados después de las risas. Era consciente de que llegaba tarde, de que llegábamos tarde, a la vida del otro, pero pensé que nuestro presente surgido del aire como un encantamiento lo impregnaría todo, que a partir de entonces olvidaríamos nuestros recuerdos como el equipaje perdido en un aeropuerto; que superaríamos hasta nuestra diferencia de edad. Y así ha sido desde entonces. Nací el año en que llegaste a España por primera vez, hiciste un viaje por el norte con tus padres. En cierta forma aparecimos juntos en esta tierra. Lo sé, nada de eso tiene importancia, cuando las ilusiones se quiebran hay que sobrevivir de otra manera.
Después de la primera cita a solas, terminaste dándome las gracias a pie de página: "gracias por la risa". Después he oído varias veces la misma expresión pero ninguna me sonó como cuando tú me la dijiste, que me sonó a campanillas. La tuya me produjo la sensación de que había creado frases exclusivamente para ti, para que algún día llegaran secretamente mis palabras a tu cama. Era como una respuesta presentida. Esa frase inició todos mis sentimientos posteriores, mi curiosidad y a la vez mi miedo a conocerte. Me sentí casi feliz al saber que mis vivencias habían hecho reír a ese niño que ya había dado el paso odiado y escabroso de dejarlo todo, tierra y pasado, muy atrás.
Así fue la primera de las quinientas noches que hemos compartido. Tal vez empezamos un juego solitario y peligroso, pero poco a poco el azar fue destapando una a una nuestras cartas y en cada una de ellas encontraba la esencia de tus pensamientos, a cualquier hora del día o de la noche. Para nosotros, jugar con aromas nocturnos fue jugar con fuego.
Cuando me contaste tu vida con ella, la anterior a mí, empecé a comprender por qué quería tanto a ese niño que había llevado siempre el corazón incandescente, como una lámpara de luz azul. Cualquier episodio de tu vida justificaba todos tus insomnios y agorafobias. Fuiste el discreto compañero de una mujer por la que perdiste el alma; un amor al que decidiste guardar un luto riguroso hasta que nos encontramos por primera vez. A cambio de tu alma ella te dejó tus miedos y recelos, pero supongo que ninguno de ellos llegó a vislumbrar el hielo incandescente que alimenta tu llama azul.
Intenté aprender a quererte, narrándote mi vida paso a paso. Te conté de mis padres, de mis amigos y de mis noviazgos frustrados, de mis inquietudes y soledades, te hablé de la gente que quiero y de la gente que detesto, te abrí mi caja de Pandora. Te llevé a un bulevar íntimo y secreto, e inventé nanas para exorcizar tus insomnios, versos que brotaron desde la primera tarde en la playa que pasamos juntos, en la que amanecí en ti como en un feliz suicidio y renací detrás de tu horizonte, tú lo llamaste frontera.
Probablemente tengas razón, Amor. Tú y yo viajamos con todo encima y por eso somos tan complicados. En tus momentos difíciles yo no puedo pretender protegerte de las estrellas más que la sábana con la que cubres tu cuerpo desnudo en las noches de verano…
En la playa nos besamos a favor del viento por primera vez. Allí estuve yo loca por ti, con la violencia mansa del viento del sur que deshilachaba aquella bandera verde de la playa y envolvía tu aliento transparente; esa tarde que no entendí nada, que nos paseamos temerariamente por la orilla al filo de la indiferencia, cuando lo que yo hubiera querido era envolverte como el viento, debajo de tu ropa.En el camino de vuelta nos cayeron encima aguaceros de oscuridad. Sin embargo, ya sabíamos que viajábamos queriéndonos.
En aquella cafetería hubiera querido quedarme en tus ojos grises para siempre, pero sólo atiné a aferrarme torpemente a la cordillera de tu cuerpo sin saber dónde ponía el corazón, las palabras o los labios. En cambio en el Budha del Mar nos mantuvimos abrazados como aguardando que durante esa noche se creara otra vez el universo y nos escapamos luego huyendo de la lluvia por el Callejón del Agua como si nada hubiera ocurrido.
Durante los primeros encuentros me mantuve lejanamente a tu lado, no quise rasgar la bruma que te embargaba, esperaba a que saliera mi dolor antiguo, como quien abandona la soledad y empieza a recorrer de nuevo las estrellas y los cuerpos. Deseaba que te apoyaras en mí, que te acercaras de puntillas, como siempre lo habías hecho en medio de la noche.

(La Dama)

Bienes Comunes



Estimada Cristina:

Ayer recibí una misiva de tu abogado donde me invitaba a enumerar los bienes comunes, con el fin de comenzar el proceso de disolución de nuestro vínculo matrimonial. A continuación te remito dicha lista, para que puedas solicitar la certificación al Notario y tener listos todos los escritos antes de la comparecencia ante el tribunal. Como verás, he dividido la lista en dos partes. Básicamente, un apartado con las cosas de nuestros cinco años de matrimonio con las que me gustaría quedarme y otra con las que te puedes quedar tú. Para cualquier duda o comentario, ya sabes que puedes llamarme al teléfono de la oficina (de ocho a cuatro) o al móvil (hasta las once) y estaré encantado de repasar la lista contigo. Cosas a conservar: - La carne de gallina que salpicó mis antebrazos cuando te vi por primera vez en la oficina. - El leve rastro de perfume que quedó flotando en el ascensor una mañana, cuando te bajaste en la segunda planta, y yo aún no me atrevía a dirigirte la palabra. - El movimiento de cabeza con el que aceptaste mi invitación a cenar. - La mancha de rimel que dejaste en mi almohada la noche que por fin dormimos juntos. - La promesa de que yo sería el único que besaría la constelación de pecas de tu pecho. - El mordisco que dejé en tu hombro y tuviste que disimular con maquillaje porque tu vestido de novia tenía un escote de palabra de honor. - Las gotas de lluvia que se enredaron en tu pelo durante nuestra luna de miel en Londres. - Todas las horas que pasamos mirándonos, besándonos, hablando y tocándonos. (También las horas que pasé simplemente soñando o pensando en ti). Cosas que puedes conservar tú: - Los silencios. - Aquellos besos tibios y emponzoñados, cuyo ingrediente principal era la rutina. - El sabor acre de los insultos y reproches. - La sensación de angustia al estirar la mano por la noche para descubrir que tu lado de la cama estaba vacío. - Las nauseas que trepaban por mi garganta cada vez que notaba un olor extraño en tu ropa. - El cosquilleo de mi sangre pudriéndose cada vez que te encerrabas en el baño a hablar por teléfono con él. - Las lágrimas que me tragué cuando descubrí aquel arañazo ajeno en tu ingle. - Jorge y Cecilia. Los nombres que nos gustaban para los hijos que nunca llegamos a tener. Con respecto al resto de objetos que hemos adquirido y compartido durante nuestro matrimonio (el coche, la casa, etc) solo comunicarte que puedes quedártelos todos. Al fin y al cabo solo son eso: objetos. Por último, recordarte el n º de teléfono de mi abogado (914070485) para que tu letrado pueda contactar con él y ambos se ocupen de presentar el escrito de divorcio para ratificar nuestro convencimiento.


Afectuosamente, Roberto.



Nota: Ganadora del III Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor. Autora: Susana López Rubio

Carta en un barco de papel




Quiero reconciliarme con mi pasado más remoto. No sé si alguno de los protagonistas leerá las palabras que hoy lanzo a este mar dentro de un barquito de papel. Ahí van, arrastradas por el viento del sur (fuuuuuuuuuuu)… con la esperanza de que lleguen a su destino…
Querido Lancho: Ya se me olvidó que tu condición de payaso de la clase te obligaba a usarme como sparring de tus chistes predecibles y faltos de ingenio. Acabaste dándote cuenta de que cuando cesa el ruido de las risas sólo queda el dolor de las burlas, y eso no se borra tan fácilmente. Reconozco tu agilidad verbal –que no mental- para improvisar pareados con mi nombre y para tirarme bolas de papel a traición. Yo te pagué con el más absoluto de los desprecios: mi huelga de silencios y brazos caídos, como una Gandhi de diez años. Mi protesta pacífica acabó por doblegar tu carencia del sentido del respeto. Y al final acabaste por convertirte en uno de mis incondicionales. En el fondo siempre me provocaste pena. Te veía desvalido, tras ese odio en el que te refugiabas y entendí desde el principio que tu mejor defensa era un ataque indiscriminado contra cualquier ser que te pareciese mínimamente indefenso.
Querido Jaime de Terry: Gracias por ser el niño con el que desperté al Amor (platónico, por supuesto, porque sólo existió en mi cabeza) a los diez años. Eras el más guapo de la clase y todas las niñas te bailaban el agua, excepto yo que, no por falta de ganas sino por timidez, apenas te hablaba. Aquel año que era la primera vez que yo iba a un curso mixto. Al principio sé que no reparabas en mí. Yo pertenecía al grupo de las tres niñas decorativas, ignoradas hasta el día en que tocaba hacer ejercicios y necesitaban a alguien que chivara las respuestas. Sé que aprendiste a respetarme aquel día que intentaste estropear mi dibujo de la bailarina ¿lo recuerdas? Lo marcaste pintando varias rayas con un rotulador verde, para dejarme en ridículo delante de los demás. Yo, lejos de enfadarme, aunque por dentro sentía una enorme rabia contenida, me puse manos a la obra para convertir aquellas rayas estridentes en los tallos de un ramo de rosas. Sé que a partir de esa día, que creíste que yo había hecho magia, empezaste a respetarme.
Querido Miguel Ángel Luna: Gracias por sonreír con mis dibujos, por comportarte como todo un caballero y por entender mi humor cuando te contaba cosas al oído. Porque esa era nuestra forma de hablar, casi susurrando. Ambos hablábamos muy bajito. Éramos los más tímidos de la clase, sin lugar a dudas. Nos pusieron en el mismo pupitre para que yo te enseñara a estudiar. Nunca llegaste a sacar tu soñado cinco, pero te quedaste muy cerca, con el cuatro setenta y cinco, que te hizo ganar en autoestima. Recuerdo tu voz tenue, tu pelo rubio ralo y tu piel extremadamente pálida, que denotaban tu delicada salud. Ese año ibas a repetir curso por primera vez. Sé que después de aquel verano ingresaste en el hospital y te perdí la pista. Nunca volví a verte. Me llegaron rumores, pero no quise creer nada. Me Hubiera gustado encontrarme contigo algún día para preguntarte si fuiste tú el que me dio el único voto que obtuve en aquel concurso de belleza que improvisó la señorita Maribel, la profesora. Concurso que ganaron por supuesto María, mi mejor amiga, con sus graciosas pecas y sus enormes ojos azules y Jaime, mi amor eterno (cuando la eternidad se reducía a lo que dura un curso). Nunca te lo dije, pero gracias a ti, aquel curso fue mucho más ameno. Siempre estaré en deuda contigo.

(La Dama)