Ya hace tiempo de lo del café aquel que nos íbamos a tomar
un día de estos para recordar con nostalgia los viejos tiempos. Aquel café
nunca llegó y yo estuve esperando tu señal como una tonta, sentada en la parada
de las oportunidades, a la cola de tu memoria confiando en que un día cualquiera
me echaras de menos y regresaras con una especie de huevera, de esas que lleva
la gente en las pelis de invierno por las calles de Nueva York, antes de
empezar a trabajar, con dos o tres cafés de Starbucks para repartir por media
oficina, haciendo equilibrios entre otra gente que pasea perros ajenos o monta
en bicicleta por la Quinta Avenida. Me encanta esa escena que se repite en esas
pelis ñoñas que veo en Navidad: cuando el protagonista entra en acción, el
director cambia de plano y pide una toma de los ojos de ella cuando lo ve llegar
con la huevera de los cafés calientes y amontonados en una mañana de invierno.
Esa “ella” soy yo,
pero no hay huevera, ni nieve, ni cafés de Starbucks, ni gente en bicicleta. Es
otoño. Llueve y tú no estás. Hoy escribo un capítulo más en mi libro de
decepciones contigo. No es que duela mucho, ya no, lo malo es que me estoy
acostumbrando a estos dolores pequeños, que se clavan como diminutos alfileres en
mis ganas de compartir cosas contigo.
Es
tu forma de decirme que esto se ha acabado definitivamente, que ya no sientes
nada. Empiezo a dudar de si fue o no un espejismo aquello que vivimos y que no
tiene nombre, pero que parecía tan, tan real...
Sé que un día, cuando te sientas solo entre tanta gente, volverás
a mí. No habrá cafés, ni nieve, ni paseadores de perros, ni amantes de la
bicicleta…solo estaremos tú y yo y será un soleado día del sur, probablemente
de primavera. Tú acudirás al lugar de siempre para pedirme perdón a tu manera,
pero ya será tarde. En mi lugar encontrarás una nota donde leerás… “No hagas
planes para el resto de tu vida, ahora te toca a ti esperarme. Lo siento querido; ahí te quedas” .
(N.R.H.)
Qué bueno... no tenemos eterna la paciencia. Qué forma tan sutil de decirlo.
ResponderEliminarQué bueno... no tenemos eterna la paciencia. Qué forma tan sutil de decirlo.
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