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Quizás te diga un día
aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas, en esa despedida,
que, aunque el amor nos une,
nos separa la vida.
Quizás te diga un día que se me fue el amor,
y cerraré los ojos para amarte mejor,
porque el amor nos ciega, pero, vivos o muertos,
nuestros ojos cerrados ven más que estando abiertos.
Quizás te diga un día que dejé de quererte,
aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas, en esa despedida,
que nos quedamos juntos para toda la vida.
(José Ángel Buesa)
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Cartas al Pasado
Carta Urgente
Para no decirlas
Hay cosas que escribo en canciones
Para repetirlas
Hay cosas que estan en mi alma
Y quedaran contigo cuando me haya ido...
En todas acabo diciendo cuanto te he querido...
Hay cosas que escribo en la cama
Hay cosas que escribo en el aire
Hay cosas que siento tan mias....
Que no son de nadie
Hay cosas que escribo contigo
Hay cosas que sin ti no valen
Hay cosas y cosas...
Que acaban llegando tan tarde..
Hay cosas que se lleva el tiempo
Sabe Dios a donde
Hay cosas que siguen ancladas
Cuando el tiempo corre
Hay cosas que estan en m i alma
Y quedaran conmigo cuando me haya ido...
Y en todas acabo sabiendo cuanto me has querido...
Hay cosas que escribo en la cama...
Hay cartas urgentes que llegan cuando ya no hay nadie...
(Rosana Arbelo)
Una carta de amor
no es un naipe de amor
una carta de amor tampoco es una carta
pastoral o crédito / de pago o fletamento
en cambio se asemeja a una carta de amparo
ya que si la alegría o la tristeza
se animan a escribir una carta de amor
es porque en las entrañas de la noche
se abren la euforia o la congoja
las cenizas se olvidan de su hoguera
o la culpa se asila en su pasado
una carta de amor
es por lo general un pobre afluente
de un río caudaloso
y nunca está a la altura del paisaje
ni de los ojos que miraron verdes
ni de los labios dulces
que besaron temblando o no besaron
ni del cielo que a veces se desploma
en trombas en escarnio o en granizo
una carta de amor puede enviarse
desde un altozano o desde una mazmorra
desde la exaltación o desde el duelo
pero no hay caso / siempre
será tan sólo un calco
una copia frugal del sentimiento
una carta de amor no es el amor
sino un informe de la ausencia.
(Mario Benedetti)
Carta
El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.
Donde voy, con las mujeres
y con los hombres
me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.
Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.
En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.
Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.
Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.
Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelante, humano,
sin ojos que puedan serlo.
Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te quiero.
Se buscan cartas de amor...
Directo al Corazón
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Peces en mi Red
Me has dicho que no
Me has dicho que no. Y no has podido hacerme más feliz. Ahora no sé muy bien cómo se lo voy a explicar a tus padres, pues, tú ya lo sabes, llevaban detrás de ello tiempo. Bueno, y mi madre, que me ha estado machacando los últimos cuatro meses con tácticas de acoso y derribo constantes. El caso es que entre unos y otros me convencieron. Me hablaban de hacerte sentar la cabeza, de ponerte una bonita jaula de 120 metros cuadrados y vistas a la Gran Vía, a pagar en unos cómodos trescientos sesenta meses, o diez mil novecientos cincuenta días de brillante atadura. Para hacerte feliz, decían convencidos. Tan bonito lo describían y tales eran las caras de felicidad de tu madre y la mía que me enamoré de la idea y me entusiasme tanto… ahora no sé qué les voy a decir…
Recorrí, una tras otra todas las joyerías de Madrid, buscando ese anillo especial que soñaste la noche que pasamos durmiendo al raso del desierto tunecino. Me volví medio loco hasta conseguir aquellas flores que sólo crecen en un rinconcito de la selva birmana y de las que te enamoraste en la loca escapada de varios meses que hicimos recorriendo aquellas latitudes. Tuve que esperar tres meses a que eclosionaran las mariposas como las que te rodearon en los tres inolvidables días con sus mágicas noches que pasamos en el Cabo de Gata. Acepté de buen grado que Nicolás me mirara raro cuando le pedí que me trajera un bote con el aire de Nueva York a la vuelta de su viaje de novios. Esperé con paciencia a que hubiera una noche con luna azul, como el día en que nos conocimos, aquel delicioso error del destino, en las fiestas del encantador pueblecito donde me dejó tirado el coche. Y después de todo esto me dices que no.
Cómo le digo a tus padres que tras la cena, traída por envío urgente del bistró que había debajo del piso que alquilaste el verano que pasaste en París, en la azotea de tu apartamento sembrada de velas blancas, tras todos los regalos, la música, la luna, tras hincar la rodilla como mandan todos los manuales, me miras con tus vibrantes ojos castaños y con tu dulce sonrisa me abrazas y me dices: “No, cariño. Pero recuerda que te encargabas tú de alquilar la caravana para irnos la semana que viene a Casablanca, ¿vale?”. Y vas y me besas y me levantas para ponernos a bailar casi hasta al amanecer mientras me cuentas que hoy has conocido en el autobús a un anciano que te ha hablado de un pueblecito en la costa murciana donde aún existen libres caballitos de mar y que, otra vez, te has perdido paseando en el Retiro y, otra vez, te has puesto a reír.
No sé cómo voy a explicarles que ya eres tan feliz.
Carta finalista de la XIII Edición del certamen de cartas de amor ‘Antonio Villalba’, organizado por la Escuela de Escritores.(Autor: Javier Ramos)
Películas
Me gustaría hablarte de cómo empezó todo. Y los pechos de Heather Graham en Boogie Nights fueron lo primero. Heather Graham interpreta a una roller-girl. Folla hasta con los patines puestos. Hará que vi esa peli siete años, o nueve. Más o menos. Cuando uno se enamora, el tiempo parece que pase de otro modo. Estuve una temporada en la que ya no me pude quitar sus pechos de la cabeza. Hasta el punto de dejar a la chica con la que estaba saliendo. Me pasé semanas visitando centros comerciales donde hubiese patinadoras. Entonces, conocí a Silvia. Trabajaba en el Carrefour y supe que sus pechos, a pesar de la blusa blanca que los cubría, eran como los de Heather Graham. Silvia era guapa, dulce, incluso con ese punto de timidez que requería el papel de la actriz en Boogie Nights. Pero unos meses después vi Algo pasa con Mary. ¿Quién no se acuerda de los ojos de Cameron Diaz en Algo pasa con Mary? Al final, no me quedó más remedio que romper con Silvia. Había empezado a no quererla.
La chica de la que me enamoré porque sus ojos eran como los de Cameron Diaz se llamaba María Dolores, pero yo la llamaba Mary y a ella no le importaba. Ya sabes que al principio de las relaciones hacemos y dejamos hacer cosas que en otros momentos no consentiríamos. Mary estudiaba psicología. Nos veíamos a diario. Por las tardes me acercaba a la biblioteca de la facultad y le llevaba caracolas de chocolate o zumos de piña. El sexo con ella era estupendo. Cuando lo hacíamos, Mary abría los ojos como si fuesen un par de balsas donde los helicópteros van a cargar agua. Me sentía feliz y pensaba que nunca iba a poder separarme de ellos. Pero fueron otros ojos, los míos, los que me trajeron una nueva obsesión al ver las cejas de Jennifer Connelly en Dark City.
Mary intuyó que algo no iba muy bien, incluso antes que se lo dijera. Quizá fue porque alguien que estudie psicología tiene ventaja sobre el resto. Una mañana la llamé para decirle que no pasaría por la biblioteca a llevarle la merienda, y nunca más volvimos a vernos.
Hay quien pensará que Jennifer Conelly también tiene unos ojos preciosos, pero a mí lo que me volvía loco de verdad eran sus cejas. Las cejas de Jennifer Conelly en Dark City son las de una cantante acostumbrada a cantar en clubs acompañada de músicos negros con sombrero y manos grandes.
Encontrar a una chica con unas cejas iguales fue bastante complicado. Fue como si solo a Jennifer Conelly, de todas las mujeres del mundo, se le hubiese ocurrido llevar unas cejas así.
Hasta que apareció Mónica. Con sus cejas idénticas a las de Conelly. Fue ella quien, al poco tiempo de estar juntos, me hizo por primera vez una pregunta que nunca antes ninguna de las mujeres con las que había estado me había hecho: ¿Qué es lo que más te gusta de mí? Puede parecer que Mónica estuviese insegura, pero no era eso. Tenía cinco años más que yo y una licenciatura en Bellas Artes. Había expuesto en diversas exposiciones y vivía de la venta de sus obras. Era conocida en el mundillo. Así que hablarle de sus cejas hubiese sido como manejar torpemente un abrelatas oxidado. Estando con Mónica no sentía la necesidad de ponerme ante una pantalla donde contemplar los rostros de mujeres de los que uno se puede enamorar fácilmente, así que, no le dije la verdad.
Nuestra relación duró más que las anteriores. Hasta que fuimos al cine a ver el estreno de Habitación en Roma. Mónica era fan de Julio Médem y esa película me trajo el pubis discreto y focal de Elena Anaya. Nada tenían que ver el de una y otra. El pubis de Anaya era de contornos suavizados, el trabajo perfecto de un jardinero que se pasa horas con las tijeras de podar en mano. El de Mónica era pura exhuberancia y desenfreno, casi como la imagen de un bote de pintura derramado sobre el lienzo.
No hace falta que entre en detalles de cómo fue la búsqueda y qué jardines hube de visitar para encontrar un pubis como el de Elena Anaya.
Por suerte, te he encontrado a ti. Ya conoces los hechos. Eso ocurrió hace apenas dos semanas. Te acordarás del paripé que monté para acercarme a hablar contigo en aquella playa nudista. Estabas echada encima de una esterilla, sobre las piedras. Llevaba gafas de sol, así que posiblemente te estuvieras dando cuenta de que miraba tu entrepierna. Desde el primer instante también yo me percaté de que estabas interesada en algo que había en mí. Quizá esa era la razón por la que mi interior me avisaba para que estuviese alerta: las cosas podían no salir bien.
La alarma saltó en la primera noche que pasamos juntos, cuando me confesaste que te gustaba mucho el hoyuelo que tengo en la barbilla. Desde que te he visto me has recordado a Michael Douglas, me dijiste. Me gusta mucho Michael Douglas, ya su padre me parecía un hombre guapísimo.
Esa era la verdadera razón por la que, en la playa, me habías mirado con unos ojos reconocibles. Tu expresión, estoy seguro, era la que puse por primera vez cuando le vi los pechos a Silvia, la chica con los pechos iguales a los de Heather Graham en Boogie Nights. Ahí ha sido cuando se me ha caído el mundo encima. Porque sé cómo puede acabar esto.
No me gustaría sufrir. Por lo que mientras reúno fuerzas para hacer lo que debo hacer, he pensado que mejor será que no vayamos mañana al cine. ¿Para qué quieres ir al cine? Dime.
Carta ganadora de la XIII Edición del certamen de cartas de amor ‘Antonio Villalba’, organizado por la Escuela de Escritores. (autor: Kike Parra)
Amor
AMOR:
No sé si querrás leer esta carta. Supongo que sigues ofendido y que recuperar lo nuestro será más difícil que echar para atrás el cambio climático, alcanzar el Everest, sacar la cita del pasaporte … ¡o todas las anteriores! Aún así, Amor, asumo el riesgo de quemar mi último cartucho contigo, o sea, disparar esta carta en el mero centro de tu rencoroso corazón.
¿No te alegra, en el fondo, saber de mí después de tantos años?, ¡Nuestra relación es tan larga como mi memoria!. Comenzó exactamente en el tercer grado de la escuelita municipal aquella, ¿Recuerdas?. ¡Los irrepetibles años sesenta!, El movimiento Hippie, Los Beatles, la Era de Acuario y ¡por supuesto!, El Apolo 11. Te llamabas Fernandito, Amor, y estabas sentado en el pupitre de al lado. Me mirabas con cara de “¿qué le pasa ésta loca?” cuando decía, “¡Toma Fernandito, te regalo mi merienda!, ¡Y mis legos!, ¿Quieres mis creyones?”. En un arrebato de pasión precoz casi te regalo mi Barbie Visage 1963, ¡Mi única Barbie!, ¡Eso ya era como mucho con demasiado!
Fue así, Amor, como entramos en contacto. Tu primer chiste malo conmigo fue el 20 de julio de 1969, ¡Ni que lo hubieses calculado!, El día exacto que el capitán Armstrong posó un pie en la superficie lunar… ¡Fernandito se cambió de Escuela!. Aquel fue el día que se produjo un gran paso para el hombre, un salto gigantesco para la humanidad y… ¡un soberano barranco para mí infantil existencia!. Como era una niñita no comprendí que estaba deprimida y la verdad, eso de aprender a multiplicar “llevando” era tan complicado que la tristeza se diluyó, en progresión geométrica, con el avance de mi educación primaria.
La segunda vez que supe de ti, Amor, había entrado de cabeza y sin fórceps a ese sudoku emocional que llaman adolescencia. -Me llamo Claudio Arquímedes-, dijo él… ¿Claudio Arquímedes?, ¡DIOS QUE NOMBRE!, ¡Homérico, epicúreo, galvánico, fisicoquímico!”, aullé. Además, era idéntico, ¡igualito! al solista de los Bee Gees. Me enamoré ipso facto, sin cura, sin resistencia. Las rodillas me traqueteaban como un trapiche viejo en su presencia y sólo podía respirar completo, o sea, suspirar, cuando se le ocurría voltear a mirarme ¿Lo recuerdas, Amor? Enloquecí. Quería ser su novia. La cosa no estaba fácil porque después de aprender a multiplicar “llevando” se me desató la vena aritmética y sólo sacaba veinte. Es harto conocido que no hay nada peor que ser la cerebrito del salón si lo que se quiere es enamorar al bello de la película. Pero ¡qué carajo!, decidí enrollarme el pelo en papel de aluminio para parecerme a Donna Summer, La Pantera de Boston. Eso tendría que gustarle ¿no?.¡ Yo sabía, yo tenía la certeza de que Claudio se fijaría en mí y me invitaría a comer un helado! (signo inequívoco de que terminaríamos casándonos).
¿Recuerdas lo que pasó, Amor?. Descubrí que Claudio ya era novio de la Reina del Liceo quien ¡por supuesto! ni era gordita, ni sacaba veinte en matemáticas como yo. ¡Hubiese preferido otra muerte!. Durante un mes mi único alimento fueron las barajitas del álbum “Amor Es” que me comí, una a una, con pega y todo. ¡No me convertí en anoréxica porque en los años setenta esa vaina no existía!
Cuando volví en mí tenía dieciocho años y estaba haciendo la cola para inscribirme en la universidad. No esperaba que rondaras por ahí, Amor, pero…
Robertico era rural ma non tropo, ingresos superiores al promedio y con un verbo de moto sierra capaz de desquiciar a cualquiera. ¿Su hobby?, ¡Sacarme la piedra!
“Mira caraqueña… de verdad ¿Tú no sabes lo que es el ponsigué?” me decía inclemente con su sarcasmo endógeno. “¡No, no sé! ¡Y qué!” ¡Le odiaba! De tanto odiarle, obvio, comencé a adorarle. Justo cuando me disponía a darle el beso que le convertiría de batracio en mi cónyuge… ¡zas! ¡Agarró sus maletas y se fue de mi vida por siempre jamás!
¡Ese out con las bases llenas sí me dolió, Amor! Llena de bolero, vestida de tango y como recién arrastrada por un tsunami, comencé a analizarte. Llegué a la conclusión que tú, Amor, eres cruel, agotador, malversador y mala gente. Decidí comenzar una nueva vida sin ti. ¡No más AMOR! ¡No más taquicardia, no más conjuntivitis, no más desvelos!. Te sentencié al exilio… ¡Mi vida sin ti no conocería el dolor!
Cerca de los treinta decidí que debía casarme. No me impactó, Amor, que no estuvieras involucrado, ¡Al contrario!, Escogí el novio, la casa y hasta el recetario únicamente con el cerebro, con la razón. Para hacerte el cuento corto, Amor, te diré que me divorcié y que lo único que funcionó de aquel episodio inviable fueron las recetas del libro “Mi cocina a la manera de Caracas” de Armando Scannone.
Cuando me independicé y comenzaba mi segunda República, me dediqué a buscar lo que toda cuarentona libre, solvente, sin hijos e inmune al Amor aspira: ¡encontrar un novio diez años más joven para subir la autoestima y bajar la angustia!. Diez años después, es decir hoy, lo único que me quedó de la loquetera fue un “ex” que todavía quiere que lo mantenga, una tendinitis crónica (de cuando aprendí a bailar reggaeton), una soledad del tamaño de una catedral y … ¡esta cosa rara por dentro!… ¡Este vacío!… ¡Esta urgencia de no sé qué, Amor!
¿Será que extraño la sensación de querer regalar mis juguetes a alguien sin esperar nada a cambio?. ¿Será que ya no me miro en el espejo para agradar a alguien que no sea yo misma?. ¿Será que no es tan malo ser bolero, tango y noche porque, en el fondo, hasta el peor despecho es mejor que esta insoportable, tediosa y ridícula paz?.
Yo creo que esta vez sí, Amor, las respuestas son todas las anteriores.
Por eso te ruego… ¡Vuelve a mi vida Amor!, pasa un día por la casa. Llega con el nombre que quieras… Quédate el tiempo que puedas. No vas a interrumpir nada.
Ni siquiera he tenido la valentía de asumir plenamente tu ausencia comprándome el perrito que me recomendó el terapeuta… ¡para olvidar que la vida sin ti es una soberana mierda!
¡Perdóname chico! Porque, ¿sabes? Aunque no lo creas, Amor…
¡Hace rato que yo a ti te perdoné!
La Loba
Peter Pan y Ulises
Sala de Agudos
La última carta
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3TE0Fq9vZ3Rh1-n1Xn-LTJt3DQXFiYORZK0HiQ92XbWhdMbQOwqCBshwzJNe4W8fJjIGk6TuenAkKQN5s1txaJNXzW7QPGmOMVQRtX3feaIEXnvJs78Pp_BwPvIDiTg62W0lLkEZVwQ4/s320/plumas15.gif)
Querida Celina:
Esta es la décima carta que te escribo desde que dejé de verte… y, creo, será la última.
No sé por dónde empezar. Reconozco que me siento perturbado y aún lleno de rabia por cómo pasaron las cosas. Espero que mi valor no me abandone en este instante y me lleve a hacer lo de siempre: apagar el computador y olvidarlo todo. La verdad no me importaría. A fin de cuentas, eso es lo que he hecho también todos estos años con esa novela que quiero terminar de escribir. Pero cada vez que intento retomarla me detengo cual estatua en el mismo capítulo: la parte en la que escribo sobre ti, porque tú formas parte de ella.
Supongo te causará risa, pero créeme que es así. La trama está en mi mente de principio a fin, e intuyo que si la plasmo en el papel sería una historia fascinante. Pero tengo temor de experimentar el efecto que causará en mí escribir sobre ti. Relatar tu vida que fue mi vida.
Te imagino en este instante reclamándome: ¿Por qué escribir sobre eso? Es un asunto íntimo que sólo les concierne a nosotros dos. Y la verdad es que llevo todo este tiempo intentando responder esa pregunta, pero al final otra interrogante me invade: ¿Por qué no? O quizás deba ser honesto y terminar de aceptar que lo haría simplemente porque lo necesito. De todas formas, si decido continuarla, tú serás la primera en saberlo.
Pero ese no es el motivo de mi carta. Es algo más complejo y difícil de manifestar.
Ahora soy yo quien se ríe imaginando tu reacción: ¿Cómo es posible que a un hombre como usted, tan elocuente, profesor universitario, conferencista, cuarto bate y novio de la madrina, le cueste tanto trabajo decir lo que tiene que decir?
Pues sí, así es. Y lo noto en mis dedos sudorosos, en esta involuntaria aceleración de mi corazón y hasta en este vértigo incómodo que invade mi estómago. Pero tú me entiendes, estoy seguro, y sabes que no soy bueno para decir asuntos difíciles de un solo golpe.
Hoy, sin proponérmelo, hablé de ti en tres oportunidades. Me resultó extraño luego de 10 años. Y no es que no hable de ti, lo hago de vez en cuando, pero hacía tiempo que no lo había hecho con tanta frecuencia en un mismo día.
Muy temprano en la oficina te nombré por primera vez. Le explicaba a la gerente sobre mi plan de inversiones que haría este año en mi empresa. Le manifestaba que me llenaba de incertidumbre saber si dichos proyectos serían una decisión acertada según y cómo estaba el país, y de repente dije en voz alta: “Celina siempre me decía que lo que yo soñaba se cumplía y que debía tener un ángel de la guarda a tiempo completo trabajando para mí, así que no debía dudar de mi instinto”. Te confieso que al decir aquello mis dudas se disiparon y seguí adelante con mis planes. Aún extraño la magia que tus palabras de aliento irradiaban sobre mis propósitos, ¡Y vaya que los impulsaban!
La segunda vez que te nombré fue en la tarde, con mi psiquiatra. ¡Ah, bueno, esa es otra historia! Porque no sé si te había dicho que acudo a terapia con una psiquiatra desde hace algún tiempo. Para serte sincero me avergüenza revelártelo. No quiero que pienses que ando un poco loco, pero la verdad es que con ella he explorado un modo diferente de ver las cosas y me siento aliviado cada vez que salgo de su consulta.
No sé por qué me provocó contarle sobre aquella vez que fuimos al cine cuando éramos novios de estudiantes y que al salir nos agarró aquel chaparrón de agua. ¿Lo recuerdas?, sin vehículo ni un bolívar en el bolsillo, simplemente decidimos caminar abrazados rumbo a casa sin importar que la lluvia mojara nuestros cuerpos. ¡Cómo reímos hasta más no poder durante todo el trayecto! ¿Sabes algo? A veces extraño esa época cargada de carencias, pero llena de sencillez y amor incondicional.
Por último, te nombré en la noche cuando decidí llamar a tu madre… ¡Sí, la llamé! Mantengo mucho contacto con ella. ¿No te lo ha dicho?
Quise pedirle su bendición para lo que estoy a punto de hacer. Cuando se lo dije noté cómo su voz se quebraba, pero tras una breve pausa de silencio me dijo que estaba bien y que era lo mejor para mí. Sus palabras me reconfortaron enormemente.
Luego nos reímos un rato recordando la que fue tu profecía exacta cuando afirmaste antes de abandonarme que yo quedaría después de ti como un “Papagayo sin cola”. Una predicción que se ha cumplido todos estos años, hasta ahora.
Creo que ya supones lo que intento decirte.
Hace 4 años conocí a otra mujer. Ha sido mi ángel desde entonces. Con ella retomé el camino del amor puro que sólo contigo había paladeado, y aunque ha debido llegar a tus oídos que después de ti he vivido muchos idilios locos, esta vez es diferente. En ella encontré el oasis que calmó la sed que tu partida me dejó.
¡Voy a casarme de nuevo! Y no sé explicarlo, pero siento que tu presencia me invade con intensidad por estos días. Cuánto anhelo que me pudieses hablar. ¿Sería posible? Necesito escuchar tu voz. O quizás me puedas visitar un día de estos, y así saber lo que piensas. Es lo único que me faltaría para sentirme completamente en paz. ¿Es pedir un imposible, verdad?
Al principio de esta carta te escribí que creía sería la última. Ahora estoy seguro de ello. Intentaré continuar viviendo esta vida de la mejor manera posible, contigo y sin ti.
Flaca, esta es mi despedida… esa que nunca pude hacer en vida cuando el cáncer poco a poco te arrancaba de mis brazos, esa que mi inconsciente desea gritarte a través de una novela, esa que apenas hoy, 10 años después de tu muerte, tengo el coraje de hacer.
Quizás tú sí intentaste despedirte de mí cuando me pediste que escuchara con atención aquella canción, “No me ames” de Marc Anthony y Jennifer López. Una balada cargada de solicitudes imposibles cuando en verdad se ama. Qué distinta me suena ahora. Mi rabia se alborota cuando la escucho pero pronto se aplaca, no hay opción. No puedo cambiar el destino.
Mi pasión por ti quedó en deuda por la oportunidad que le brindaste al disfrutar de un primer amor inolvidable. Yo te doy las gracias por todo lo vivido. ¿Qué pasará con aquel epitafio?
Tu recuerdo irá siempre dentro de mí y rezaré por ti hasta el final de mis días, mi querida Celina… ¿Nos volveremos a ver?
Juan Carlos
(Juan Carlos Federico Álvarez Sánchez)
Adiós cachazudo e insolente amor de mi vida…
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEijj_tzclD86swyWX3OmNH8gTpXt7zuhMPaSK7Z5J2NHPLJIH7fsr5Gg8qLNCu2ET8qrQnVxvoT7g9oiTgOWuMnOGJy6quW9Ru1QPEVuALwnIbzNwcME1JQGPql2KMtaPa26LcgsLtATt1D/s400/1261246627296_f.jpg)
Amor de mi vida:
Te escribo estas líneas desde el más profundo guayabo, decepción y desengaño que jamás creí que me harías sentir… Sí, créeme que jamás pensé que me harías sentir así, tú, tan perfecto, educado, comprensivo, cariñoso, detallista, buen amante; me quedaría corta en adjetivos para describir lo maravilloso que eres. Sin embargo, luego de 28 años, unos cuantos fracasos amorosos, consultas con videntes, leer cuanto libro de autoayuda se me atravesó en las librerías; interminables y bien caras -por cierto- sesiones con psicólogos, entre muchos otros artificios de mujer desesperada, he decidido renunciar a ti.
El último año fue particularmente descorazonador para mí en eso de ir a tu encuentro. ¡Si supieras la cantidad de joyitas con las que salí! Te buscaba desesperadamente en cada uno de ellos, algunos se parecían tanto a ti, no puedo negarlo; hubo uno en particular que me cautivó, es que tenía hasta nombre de realeza: Randolph… Cuando lo conocí me dije: “Este mismo es.” Te confieso que de entrada me pareció un tanto pequeño, de verdad nunca te imaginé con lentes, pero a falta de pan buenas son tortas, pensé. Todo iba muy bien hasta que le insinué que buscaba una relación seria, estable y con miras al matrimonio, decirlo y que huyera despavorido fue casi simultáneo; por supuesto que no faltaron los malos calificativos para mí. Le dijo a un amigo en común que yo era una caza maridos y una loca. Después de eso evidentemente no volví a verlo, pasó vertiginosamente de ser el que creí el amor de vida, a convertirse en el tipejo ese.
No obstante, mi búsqueda no se detuvo por haber tropezado con un batracio. Le sucedió a este intento fallido una lista de galanes de arepera: Uno con novia, otro que estaba jugándose un doble play -sin ser pelotero precisamente-, un romance cibernético que terminó con un clic y un último quien no sabía lo que quería y no se quería enamorar. Pero ¿qué estaba pasando? ¿Era esto una vaina echa’, como dicen? ¿Acaso la fábrica que se encarga de producir la mercancía “hombre de la vida de una”, la habían expropiado?, ¿acaso en su lugar habían mandado una manada de farsantes que te hacían creer que lo eran, para después, sin anestesia y de la manera más cruenta, dejarlo a uno con los tequeños fríos para la boda que ya me había armado?
Tras mi mala racha de amores frustrados hice lo que hacen todas las mujeres decepcionadas: Me reuní cada viernes a tomar con mis amigas y a hablar mal de los hombres. Me quejarba hasta el cansancio de que ninguno sirve ¡Es que no hay hombres!, decía, al tiempo que me exorcizaba con los libros de Walter Riso -no sé cuántas veces leí Manual para NO Morir de Amor. Volví a mis sesiones con el psicólogo para encontrar la raíz del problema -mi soledad e imposibilidad de encontrar al amor de mi vida. Como medida extrema y desesperada, tuve que alejarme del Facebook que sólo me recordaba que el tren se me estaba pasando, pues buena parte de mis amigas ya están casadísimas, y yo, más sola que la una y sin pista de dónde hallarte.
Como te dije al principio de esta epístola, me estoy despidiendo de ti, amor de vida; de la idea de conocerte, del sueño que siempre tuve de tener dos muchachitos, una casa grande y un matrimonio de portada de revista “Look Caras”. Renuncio a ti porque no sé dónde estás metido y perdí toda esperanza de encontrarte. Ya mis amigos no tienen más conocidos solteros que presentarme, en mi trabajo los pocos hombres que hay están casados y la verdad ya agoté todos los recursos de los que disponía. No sé si algún día lleguemos a coincidir, tal vez cuando aparezcas esté vieja y enclenque, y prefieras irte con una más joven y que esté “tunning”. Pero no creas tú que por ello me voy a quedar en mi casa rezando, leyendo y tejiendo mientras apareces. Saldré a divertirme para olvidar la pena de no tenerte a mi lado. Quién quita que me consiga mi peor es nada; sobre todo porque eso de vestir santos siempre me ha parecido aburridísimo. A estas alturas no estoy muy exigente, ¡agarrando aunque sea fallo!
En fin, si algún día te da la gana de aparecer y todavía estoy interesada en ti, veremos qué pasa. Por los momentos, me voy a dejar de puritanismos y de estar creyendo en mitos y leyendas urbanas de príncipes azules. Justamente voy saliendo a una rumba de solteros, así que no se te ocurra aparecer ahorita que me voy a soltar el moño. Necesito tiempo y espacio para reconsiderar la posibilidad de volverte a buscar, estás fuera de mi vida por insolente y cachazudo, ¡tú te lo pierdes!
Con profundo y sincero desamor,
La ex-mujer de tu vida.
(Patricia Espinel)
El ombligo del mundo
Querida Lilith:
Al fin he alzado el vuelo. Adán protestó y se irritó mucho con mi partida, pero en su mirada ya no había amor. Solo posesión. Demasiados años de yugo. Quiero un hombre o una mujer, ¡qué más da!, que cabalgue junto a mí. Demasiado tiempo siendo montura...
En mi maleta tan solo recuerdos. Dejo atrás más de un trillón de hijos que no saben que soy su madre. No sabía adónde ir. ¿Dónde estará el paraíso perdido?
Recuerdo tu voz y cómo me hablabas de ese lugar: el ombligo del mundo. El origen, el fin. Ahora veo esa pupila infinita donde el tiempo se desvanece. Siento los pétalos que arañan mi piel y bebo de ríos de vino dulce. Las moscas bailan tangos con los mosquitos, aunque las mariquitas se decantan por la salsa de los arces. Del cielo llueven sonrisas y el eco de mi voz suena a terciopelo.
Fui a la laguna prohibida y me di unos barros. Se acabó el ser costilla. Me siento una mujer nueva, diferente, única.
Gracias, hermana.
Besos a tus diablillos.
Eva
Dirección:
Lilith Soeur Mysterieuse
Rue du Plaisir, 69
69096 Venus
(1er premio I Concurso Microrrelato Postal, Elena Böhm Rodríguez)
Remembranzas
A/a Lucio Santos
BCN 08071
Abuelo, ¿recuerdas? Es Valdesantos. Llegué ayer. Es como nos lo describías. Colinas, encinares, calles empedradas... Pregunté por tu casa y me dijeron que nadie vivía en ella, así que me aventuré a entrar por el corral. ¿Sabes? todavía está la higuera de la que hablabas. Luego entré en la panera. Parecía una cápsula del pasado: todo ordenado, el horno impoluto.
Recuerdo de niña, cuando pasabas unos días en casa, tus comentarios sobre cómo amasaba tu madre el pan. Seguramente pensabas que nadie te hacía caso. No era verdad. Sin abandonar mis juegos yo te escuchaba abuelo. Decías que para que un pueblo sea pueblo debe oler a pan.
Confieso que vine a Valdesantos con el propósito de hacer pan, sentir qué es un pueblo. Compré harina, levadura, sal. Cargué el coche de leña. Pero cuando tenía todo preparado (la masa, la leña lista para arder) fui incapaz de hacer fuego.
Tuve que pedir ayuda. Es fácil hacerlo si te enseñan. Me apenó que no fueras tú. No habértelo preguntado entonces…
Tu nieta.
¿Y qué te voy a contar del pan? El pan, abuelo, el pan me ha sabido a pueblo.
(3er premio del I Concurso del Microrrelato Postal, José Ángel Casas Barrigón)
Imaginario real
La rueda mágica giraba sin fin por el espacio, hasta que un día, por su innata sabiduría se detuvo en una mirada gris, tenue casi apagada.
Esa mirada naciente de un alma cansada, estaba dejando de ser lo que algún día fue.
Tan solitario y gris era ese retrato de lo que ya estaba dejando de ser, que la rueda mágica detuvo su marcha en aquel instante infinito, pero esta vez para traerle luz, vida armonía vientos de cambio rediseñando el ser pleno de aquella mirada inmóvil.
Así te presentaste en mi vida, como un huracán de bellas melodías comenzando a hacer palpitar fuerte el corazón anestesiado, quien no titubeo en consumir cada instante de esta nueva realidad.
Casi como un cuento de hadas la varita mágica de la rueda comenzó a rociarme de sus incandescentes estrellas, y todo cambió para siempre.
Cambió el color del amanecer, el aroma de cada instante, el gris de las nubes y el presente se transformo en una realidad soñada.
Así me enamoraste, hiciste despertar cada rincón de mi ser con tus dulces notas de amor infinito, allí la palabra invencibles comenzó a cobrar valor y en un abrazo intenso de sentimientos puros, esa mirada gris tenue casi apagada, se transformó en un arcoíris de intensos colores.
Que alegría inmensa saber que aquella rueda mágica cuya misión es no dejar de girar, se detuvo un instante para hacer resurgir una estela cansada que la seguía en su andar.
Un despertar tan intenso en donde el tiempo se vuelve solo un justificativo para poder creer que el brillo de tus ojos tu mirada tierna tu dulce compañía tu luz incandescente principito, no terminará con el sol naciente de la primer aurora.
La sabiduría de la rueda mágica, no soslayó el amor de aquellas dos almas que andaban vagando por el mundo, y pese a que se encontraban agobiadas con la mirada perdida ella sabía, que conservaban miles de estrellitas de colores aferradas a sus cuerpos etéreos, dispuestas a soltarlas en el instante mismo en que se encontraran con su otra mitad.
Ese encuentro fue mágico como la rueda, ella feliz de cumplir su misión en su paseo diario por el espacio sideral y aquellas almas radiantes de haber vuelto a ser lo que un día fueron.
Pero la inmensidad de la rueda mágica, no se conforma con la intensidad del encuentro y el surgir de colores intensos, sino que un día ella sabe que va a continuar tomando de la mano a nuevos seres, quizás nacientes de aquellas dos almas, para que la estela de colores siga brillando sin fin y que todo lo gris que encuentre a su paso se transforme en nuevos soles.
La rueda mágica sigue girando, ahora mismo lo está haciendo y en cada paso deja su aroma, sus destellos dorados de inmenso amor. El recorrido quien puede saberlo, de lo que si hay certeza es que jamás dejara de girar ni de detenerse en todo lo disonante con su estela de luz.
A los nacientes enamorados la rueda mágica quiere decirles que ya llega el momento, sólo hay que esperar y confiar en su sabiduría eterna, un nuevo despertar tocará a su puerta cuando menos lo esperen y no podrán creer que aquello que pensaban un sueño es una suave, bella y amorosa realidad, sólo déjense envolver por ese aroma a rosas tan sublime que los hará dudar de estar despiertos. Pero les adelanto un secreto que me susurro un día la mágica rueda……. a ese particular sueño…. Lo llaman DULCE REALIDAD SOÑADA.
(Mara Vignola)
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