domingo, 10 de marzo de 2013 | By: Abril

Ódiame


Todo acabó con el cuadro de el pasillo cayéndose por el portazo que diste al salir.
Sabía que todo se iba arreglar así que...¿para qué perder tiempo preocupándome?
Y aún viendo esas lágrimas seguía siendo indiferente.
Me fui a la cocina y me serví una copa de un Brunello di Montalcino, mi vino favorito.
Me sentí frustrado...enfadado.
¿Quería la gente verme humillado? ¿Estaban en mi contra?
Colérico, lancé mi copa al suelo haciéndola pedazos. Cada pequeño cristal que saltaba por los aires intentaba cortar, con sus afilados bordes, la tensión que había en esa sala pese a que solo estaba yo.
Cogí la botella y me acerqué hasta el espejo del pasillo.
Barba de tres días, ojeras, pelo descuidado y unos ojos de ignorante que odiaba en esos momentos más que a nada.
Menos mal que con los rifles no se matan las palabras. Porque sino, moriría sin ganas de escuchar.
Un trago más a la botella, por favor, no quiero salir de mi cuchitril, ajeno a todo lo que ocurre en el exterior, sin pensar que no hice nada para que todo cambiase. ¿Lo que me queda? Abrazar a cada farola que no quiere llorar sola.
 
-Eres ingenioso-le dije al tipo de el espejo-
-Por favor...lo soy para lo que me conviene. Aunque eso lo sabrás tú mejor que yo, ¿no?
 
Primera bofetada, segundo trago.
 
-¿Por qué crees que me conoces?-respondí, buscando desesperadamente un consuelo
-Me das vergüenza y pena
-Eres un tío raro, no recuerdo haberte permitido que hables
-Cada vez que hablas, hablo yo. No soy tu consciencia, ni tú mismo. No digo nada que tú no hayas pensando nunca.
 
Segunda bofetada, décimo trago.

-Todos echamos de menos liarla, dejarnos barba y oler mal
-Psé, ¿y qué tiene de ventajoso cuando los de tu alrededor pagan por ti?-respondió mi yo de el espejo-
 
Tercera bofetada, trago número once.

-No te estoy diciendo que no debas dejarte barba, decirle a una niña de papá lo fea que está hoy y que huelas a muerto un jueves-dijo-pero...
-¿Pero qué? ¿Vas a decirme que debo redimirme? ¿Es eso? Quieres que...tire la toalla, me rinda y decepcionarme, ¿verdad? ¡¿Eso es lo que quieres?! ¡¿Que me deje pisar?!
-Imbécil...no me entiendes, porque no te quieres escuchar ni a ti mismo por miedo a no tener razón. No te das cuenta que...¿ya has tirado la toalla? ¡Lo único que digo es que la recojas! Recógela, ¡joder! ¡Recoge la puta toalla!
 
Última bofetada, último trago de la botella.
 
La conversación terminó, tras un puñetazo al espejo.
Cada riachuelo representa a una persona, pero hoy, el mío estaba tintado de rojo por los cristales clavados en mi mano.
Me apoyé en la pared y me tiré al suelo, más desorientado que nunca sin saber ni quien era.
Puede que la estabilidad fuera bonita y que me diera una pizca de felicidad pero...maldita sea, estaba tan borracho que ni podía acabar la frase.
Se me escaparon nueve, diez, quizás once lágrimas. La vida de un escritor sin adjetivo, tan contento de estar triste.
Mirando el techo me dormí, cayendo en el olvido, recordando los suspiros que me regalaste, rodeado de cristales con sangre mezcladas con gotas de vino.
¿O quizás la vida de los escritores sin sustantivo? Al fin y al cabo, que dura, joder...
 
(Del blog: Once)