martes, 11 de febrero de 2014 | By: Abril

Sala de Agudos





Querido Ramón:

Encerrada en un pequeño cubículo me dispongo a escribirte una carta porque si este inofensivo lapicero cayera en las manos del paciente equivocado, alguien podría terminar en la “emergencia cuerda” con un ojo vaciado o una traqueotomía innecesaria. Me desconsuela pensar que apenas comienzo el octavo semestre y que para ti, mis historias de estudiante perturbada sean una etapa hace mucho tiempo superada.

Lucía, la jefa de enfermeras, no me permite llevar el estetoscopio colgado del cuello temiendo que tras el menor descuido, me convierta en la primera bachiller estrangulada de la sala. Ni hablar de los celulares, nada que suene, vibre o emita luz es bienvenido aquí, así que recurro a esta forma obsoleta y aprovechando que los récipes ya están habituados a los garabatos, para decirte cuánto te extraño, Ramón. Tú tan serio, tan resoluto, con tu devoción y encanto de impecable galeno, obligas a que mi amor vaya in crescendo hasta rebasarme y abandonarme, dependiente e insensata cual serpiente enrollada a la vara de Esculapio.

Tuve que esconder los bombones que me regalaste el catorce. Ya sabes que el azúcar altera terriblemente la personalidad y no quisiera desatar un episodio psicótico en cadena por causa de un inocente chocolatín. Pues sí, Ramón, no soy tan orgullosa y recogí la caja de la basura después de echarte de mi casa tan desbaratado como la docena de rosas. Perdóname cariño, tu condenada ética otra vez logró sacarme de quicio, tú tan profesional y yo tan incomprensiva que aún sigo molesta porque fuiste incapaz de cambiar la guardia y preferiste ir a dejar el pellejo al hospital a quedarte conmigo, y disfrutar la velada romántica que preparé para el día de los enamorados.
 
Si te he dicho que a menudo me siento desamparada y culpable, me temo que este lugar no mejorará en nada mi situación. Es otro planeta. No puedes mirar a nadie directamente a los ojos y el ambiente pasa de taciturno a monstruoso en un santiamén. Los seres idos visten batas traslúcidas y no llevan ropa interior, qué siniestro… y qué desafortunados son. Un hombre de rodillas asiente con la cabeza mientras su alucinación le profiere mandatos diabólicos, un alcohólico con delírium trémens grita en falsete y una señora obesa se ríe eufórica y estrepitosamente. Con tanto ruido apenas puedo oír las indicaciones del interno.
 
Pero nada tan triste, amor mío, como la chica que ingresó ayer. Su mirada resignada perdió todo brillo bajo el efecto de los neurolépticos. Es una joven hermosa y espigada que lleva el brazo inmovilizado con un cabestrillo y éste a su vez se encuentra atado firmemente a la espalda.  La extremidad no la obedece y si lograra zafarse se iría por encima de su cabeza y la golpearía hasta dejarla sin sentido. Según reporta un familiar, el síndrome de la mano extraña se manifestó cuando ella se sacó del anular un precioso solitario que su novio arrepentido le pidió de vuelta. Mira en lo que puede terminar una pasión mal llevada. No como el sentimiento que tú y yo compartimos, que resiste noblemente, sosegado e invariable. Ya sé, el mérito es todo tuyo pues con inteligencia y buen juicio sabes mantener en calma mi naturaleza un poco histérica y demandante.

En los cuatro años que tengo estudiando medicina, ningún caso me había consternado tanto. Siempre logré abstraerme de las tragedias ajenas, pero aquí, en la emergencia psiquiátrica, me puse a llorar como quien no quiere consuelo, con rabia e impotencia y es que no puedo entender cómo un súbito desequilibrio químico le arrancó de cuajo la razón a esa muchacha, tan absurda y caprichosamente.
Pasé muy mala noche, amanecí con la cara apretada y pegajosa producto de una pesadilla que no puedo recordar; mi fealdad se ha hecho totalmente inmune al maquillaje, por eso te pido un poco de paciencia. De algo estoy segura, la especialidad en psiquiatría queda absolutamente descartada. Si reúnes valor para lidiar con dementes, allá tú. El cansancio me vence, ansío tanto tus besos y arrumacos de amoroso caballero como un sueño profundo y reparador.

Me robaré un par de pastillas cuando Lucía se distraiga. No es la primera vez que lo hago, creo que los verdaderos milagros existen (bien encapsulados) gracias a la industria farmacéutica. Te prometo que el próximo domingo estaré perfecta y radiante sólo para ir a tu encuentro, oliendo a Coco Mademoiselle y usando el vestido primaveral que tanto te gusta.

Me despido, Ramón, porque notarán mi ausencia en la revista matutina. Antes, entraré un momento al baño para devorar el clandestino bombón que conservo oculto en el retrete, un diminuto bocado que me recuerda el delicioso sabor de nuestro idilio. ¡Ah! y no creas que la pésima caligrafía hace parte de mis precoces ínfulas de médico pero forzosamente tengo que escribir con la zurda hasta que me quiten el cabestrillo.
María A.

(Karen Zambrano)