domingo, 5 de diciembre de 2010 | By: Abril

Carta para Beatriz


Bea:

Ha pasado un día. Un largo día. Quizás no es mucho tiempo como para andarse escribiendo cartas, lo sé. Pero ahora mismo siento que es la mejor manera que tengo para convencerme de llevar a cabo eso que, con dolor, convenimos. Que puede ser verdad, es cierto. Que es necesario, lo ignoro.

Catuche no ha digerido muy bien tu ausencia. Se la pasó toda la noche entre el mueble rojo, la mesa del comedor y el revistero del balcón. Imagínate, ese que siempre ha odiado. Esta mañana se asomó a la habitación pero ahí mismo reculeó, seguro porque comprobó que no había sido un mal sueño, que de verdad no estabas. Quizás pensó que no tenía demasiado sentido saltar a la cama sin tu cuerpo abrazado al mío, que no existe placer en arañar las mantas de una cama donde yace un tipo solo. Quizás para él, el amanecer no sea otra cosa que espiar la porosidad de tu sueño, el destilar del aliento en la atmósfera silenciosa de la mañana. Tampoco ha querido comer, no hemos querido comer. En mi caso es probable que sean los latigazos de esa dieta tan forzada que se llevó nuestros kilitos de más pero, al parecer, también nuestro humor y paciencia.

A lo mejor Catuche está triste porque no entiende que dos personas se puedan separar de un día para otro, pero a veces pasa…Los gatos no tienen por qué entender cosas de esta naturaleza. Ellos viven el día a día, echando vaina todo el tiempo, saltando de un techo a otro, como solíamos hacerlo nosotros, brincándonos encima una y otra vez, del día a la noche, la noche entera, por toda la casa, por toda la ciudad, salpicándonos de amor, fruición y delirio porque el mañana no importaba si se tenían fuerzas para estallar los infinitos rincones del ahora…Ya se le pasará.

Tampoco ha sido fácil para mí, pero mírame aquí escribiendo estas líneas más calmadas, tratando de reformar mi letra de cirujano para que no esfuerces tanto tus ojitos, para que comprendas que…Ah, lo olvidaba ¡Dejaste el limpiador de tus lentes! Has dejado muchísimo más, pero sé como eres de obstinada con los cristales. Avísame si lo quieres y te lo llevo de inmediato, así…puedo pasar rápido y dejarlo con el vigilante o esperarte abajo si prefieres. No quiero usar el teléfono no quiero toparme de casualidad con la voz de Inés ni con Rodrigo, ellos no entenderán nunca lo que estamos pasando por más que intentes explicárselo. Pero sé que no les has dicho nada. Sé que te miran con incomprensión y, en busca de respuesta, lo que hacen es llamarme una y otra vez, pero igual no atiendo.

Yo tampoco he hablado con nadie más, no sé que podría decir: Beatriz se fue, Beatriz me dejó. Esto no sería problemático, la dificultad vendría cuando preguntasen el por qué: No sé, porque nos amamos demasiado, dos personas no deben quererse tanto, el matrimonio se debe nutrir con monotonía no con pasión, cosas así.

He tratado de llevarlo mejor que ayer, cuestionándome cada minuto si es acertado lo que hacemos, pero me distraigo con las posibilidades de que nada de esto sea real: ahora mismo imagino que sigo aquí escribiendo y llegas tú de puntillas, silenciosa, me tapas los ojos con tus manitos para asustarme, como lo haces siempre. El susto lo recibiría tan grato. Dejaría el bolígrafo y te tomaría por las muñecas para abrir tus palmas y lamer con suavidad y devoción esas líneas de destino que no sé por qué rayos se expandieron hasta más allá de nuestros deseos, como si al porvenir no le importásemos…Y creo que es verdad, esto debe ser nada más que una trampa, un ajuste de cuentas por mucho que hemos despreciado al futuro revolcándonos en la intensidad del presente como los gatos locos que siempre hemos sido, iguales a Catuche que ahora mismo está diciéndome con su mirada: Dile, es el momento, dile lo que querías decirle, lo que siempre ha querido escuchar.

Pero Bea, si lo supiera lo hubiese dicho. Se me agotan las palabras. Las palabras no sirven para nada si sólo postulan ésta lejanía como única solución. Si vieras los ojitos de Catuche, si escrutarás más allá de lo que nosotros avistamos, sabrías. Y sé que lo sabes. Por eso, he decidido esperar. Pero no aquí en casa. Cuando estés leyendo esta carta, ya estaré sentado en la entrada del edificio en el que estás.
Esperándote.

Si no quieres bajar ahora, igual me quedaré. Como el chamo de aquella película italiana que vimos alguna vez, que pasó noches y noches frente al balcón de su amada, aguardando a que ella lo aceptase.

Yo, más desbocado aún, estaré noche y día. Catuche está conmigo. Si debemos esperar, lo haremos. No regresaremos a casa sin ti. Aquello no será casita hasta que volvamos los tres.

(Víctor Ojeda, 1er Premio Cartas Pasionlaes, Concurso MontBlanc 2010)