Otro amanecer frío y nublado. Hace varios días que ha amanecido así. A diferencia de ti, a mi me agradan los días grises. La brisa helada en la cara, el rocío. Sería la excusa perfecta para quedarme en casa, contigo. Pero hoy no será posible pues hace meses que ya no estás aquí. Infinidad de días nublados han pasado y tú, ausente. Pero igual sigo mirando por la ventana hacia ninguna parte. Cada vez que siento este dolor en el pecho miro hacia afuera, esperándote. Ese es mi estado permanente. La espera.
¿La distancia hace más grande el amor? Podría decirse que sí. Yo siento que te amo mucho más desde que estás ausente. Las circunstancias de la vida son extrañas, misteriosas. Cuando te conocí no tenía idea de que te convertirías en el amor de mi vida. Me caías un poco pesado, ¿sabías? No te soportaba tan chistoso, tan espontáneo. Me molestaba toparme con tus gracias. Con esa gran sonrisa. Recuerdo aquel día en que llegaste por detrás de mí, poniendo tu cabeza sobre mi hombro te acercaste a mi oído y me dijiste: “El cabello más bonito que he visto en mi vida.” Me paralicé. Al volverme y mirarte ya no pude hacer nada. Tus ojos enormes se me clavaron en el alma. Y comencé en ese mismo instante a quererte. Hace tantos años de eso y aún recuerdo la sensación que me recorrió todo el cuerpo cuando entendí que me estaba enamorando de ti.
Recuerdos. Pequeños instantes cuando todo el pasado revive, cuando volvemos a sentir lo sentido. Mi vida sin ti está llena de recuerdos, mi cielo. Sé que la mayoría son buenos, tú te encargaste de colmarme la vida de buenos momentos, de despertarme con un beso, a veces dos. Sentir tu nariz rozando mis mejillas, la calidez de tu piel en la mía. Saber que estabas ahí sin haber abierto los ojos, era una señal de que ese sería un buen día. Hace tanto que me despierto sola, sin besos, sin ti. Nunca pensé que me acostumbraría. Creo que no lo he hecho. Sólo estoy resignada a que ya son distintas mis mañanas. Mis tardes. Mis días. Mi vida.
¿Sabes cuánto tiempo va desde que te alejaste, amor mío? Siempre te reías de esa costumbre obsesiva que tengo de llevar cuenta de todas las fechas: El primer día que salimos, el primer beso, la primera noche juntos, el aniversario de cuando nos hicimos novios. Pero cuando nos casamos me dijiste: “Esta fecha déjamela a mí. Porque te juro por todo lo que tengo, por todo lo que soy que nunca podré olvidar el día más feliz de toda mi vida. Gracias por tanto, amor, princesa.” Y ahí tuve la certeza de que no sólo me casaba contigo, sino de que te entregaba la vida. Nunca creí que podía llegar a sentir un amor tan grande. Lo vivíamos todos los días, éramos tan felices, mi cielo, ¡tan pero tan felices! ¿Cuántos días van desde que te alejaste mi vida? Son casi 100, 97 para ser más exacta.
Seguro que no te gustaría que llevase esta cuenta, porque nunca te gustaron las cosas tristes. Pero ¿qué puedo hacer, mi vida, si hace 97 noches que estoy desierta? Además, tratando de ser optimista, como lo querrías tú, pienso que hoy estoy más cerca de volverte a ver entrando de nuevo por la puerta, con una flor en la mano o sin ella. Con un torontico en el bolsillo para mí. Con tu inmensa sonrisa, con el abrazo furtivo y apretado con el que siempre me sorprendías en la cocina besándome el cuello, diciéndome que me amabas. Ojalá que la vida sea generosa conmigo y eso de nuevo suceda.
Sabes que no fue tu culpa, mi amor. Tú no hubieses permitido nunca que esto sucediera. Tú nunca hubieses querido dejarme sola. Por días y días me sentí llena de ira, de dolor. Me negaba a todo. Porque no podía entenderlo, aceptarlo. ¿Qué hicimos de malo? Sólo fuimos al cine y luego nos tomamos una cerveza donde siempre. Cuando nos íbamos, sin saber de dónde, apareció este hombre horrible que nos dijo que no nos moviéramos. Quería el dinero, el celular, el carro. Desde ese momento tengo este susto clavado en el pecho. Yo sé que trataste de protegerme mi cielo, por eso te moviste, para cubrirme. Cerré los ojos. Un solo disparo. Sentí como te desplomabas sobre mí, no quería mirar pero lo hice, ahí estabas. No sabía si vivo o muerto, no sé cómo tuve valor, pero al fin pude gritar para pedir ayuda, para tratar de salvarte. Dios fue bueno conmigo y aunque esa bala no me arrebató la vida, me destrozó el alma.
Tú todavía estás aquí, o allá, no sé dónde estás, porque hace 97 días que no despiertas
¿De quién es la culpa, mi cielo? El hombre que disparó está entre rejas, pero eso no me alivia, eso no repara la pérdida. Lo peor es que esto sigue pasando todos los días, lo veo en los diarios. Y aunque tu vida, la mía, la de tantas personas más se va destruyendo cada día, no pasa nada. No hay nada ni nadie que los detenga.
Estoy en la ventana, esperándote. Esperando un milagro. Esperando que abras los ojos, que te levantes de esa cama y vuelvas a tu casa, a tu sofá, a tus libros, a tu música, a mí. El perrito también se echa en la puerta y cuando siente ruidos se levanta y mueve la cola como cuando tú llegabas. Pero se queda como yo, mirando hacia ninguna parte y de nuevo se echa. Somos cómplices en la espera.
Empezó a salir el sol. Hoy no vas a regresar, me parece. Tomaré un poco de café y me obligaré a comer algo; está bien, lo haré por ti, porque me necesitas. Recogeré las cosas que el perro siempre desordena. Llevaré el mismo libro que empiezo a leer y nunca termino porque paso los ojos por encima de las letras para verte, para desear con toda mi alma que muevas un dedo, que hagas una mueca. Que abras los ojos y me digas “hola, princesa”. Voy saliendo para el hospital, amor mío. Otro día menos para esperar a que vuelvas.
(Rosa Fabiola Páez González)