jueves, 10 de enero de 2019 | By: Abril

Hubiera querido decirte...


Hubiera querido decirte tantas cosas antes de que te marcharas que me callé para siempre.

Te hubiera pedido que te quedaras, que te quedaras un rato más, una hora, dos, tres, cuatro, conmigo, y a la mierda el mundo. Que perdieras el puto autobús sólo por querer quedarte conmigo. Que quisieras perderlo.


Te hubiera dicho que te quería, y me hubiese temblado tanto la voz que te habrías creído que era mentira y sólo un motivo para que no te fueras; pero es que se me habrían empezado a empañar los ojos y me hubieras creído sin dudarlo. Creo que me hubieras dicho que no llorase y me hubieras abrazado, como tantas veces lo hicimos ese día.


Te hubiera dicho que fui tan feliz como jamás había dejado a nadie que lo hiciese. Que fuimos felicidad en estado puro, que me sentí como Sophie y Julien pero siendo nosotros, aún siendo sólo tú y yo.
Te hubiera pedido que volvieses, que me lo prometieses aún sabiendo que las promesas se rompen. Que me dijeras que querías volver sólo por no tener que despedirnos, que odias las despedidas y esos besos que nunca sabes si son el último o el primero.


Te hubiera pedido que no te olvidaras de mí y es que contigo quería ser egoísta tanto tiempo que me consumía. Que me consumías también y quizás nunca te diste cuenta de ello. Y ojalá ahora te lo pudiese gritar bajito al oído.


Te hubiera pedido que me besases como si fuéramos el último segundo del mundo. Que nos evaporásemos entre bailes de bocas que sólo llevan a querer desear más, y más y luego todo.
Te hubiera agarrado de la mano tan fuerte que hubieras notado las ganas que tenía de no perderte nunca.
Hubiera hecho tantas cosas que decidí besarte y decirte que todo estaba bien.


Del blog: Mírame cuando no te hablo

Más de cien latidos por minuto: tú.




Taquicardia.

Me soltaste aquella palabra como si todo su significado fueras tú. Me explicaste que te gustaría que fuera el título de tu futuro libro, el que todavía no existe; pero es que tú no sabías que aquella palabra era todo lo que sentía cuando tú me tocabas, o tan solo me mirabas. Que se me hubiera parado el corazón si hubieras pensado en quitarme un dedo de encima. Que dejaba de latir cuando tú te marchabas, cada vez que te ibas sin saber si te volvería a ver, aunque en realidad nunca hubieras venido y nunca hubieses pensado en quedarte.

El corazón marcaba el ritmo de cada palabra que pronunciabas y a mí me hacías más feliz cuando no me dejabas hablar y te ponías a contarme tus historias, tus recuerdos o tus tristezas mientras yo te escuchaba como mi canción preferida, la que no quería dejar de escuchar nunca.

Disfrutaba más de tus silencios que de todas las conversaciones banales que tenía a lo largo del día. Todo lo que callabas era lo que más decía de ti y lo que yo siempre me ponía a escuchar con detenimiento. Y que no me hablen de silencios incómodos si no te han visto callarte y sonreír como si el mundo se fuera a partir en dos y a mí me diese igual si todavía seguía mirándote.


Nos hicieron más daño todas las verdades que las mentiras que jamás nos contamos y es que contigo aprendí la relatividad de lo verdadero y lo falso, de la ignorancia y la felicidad, de ti y de mí. De la inexistencia de un nosotros jamás formado pero que yo tantas ganas tenía de construir y tú tantas ganas de romper.
Te quise tanto que todavía te sigo queriendo, pero esto, amor, no es una despedida, porque las despedidas no vuelven y yo estoy dispuesta a volver aunque nunca me haya ido.


Del blog: Mírame cuando no te hablo