Acabo de caer en la tentación de recordarte… y mira ¿eh?, que ya te tenía olvidado, pero vuelves
siempre y no sé cómo lo haces. Ya no estabas y de repente apareciste de nuevo,
con tus gestos de niño malcriado, con tu mirada inocente, con tu dolor crónico
y tu cinismo ambiguo... Siempre te querré, tal como fuimos. Yo me hice a tu
lado, a tu imagen y semejanza, por eso ahora
-sin ti- ya no me reconozco.
Ya no estás y hace mucho tiempo que lo dejamos. O eso me
parece a mí, que hace mucho, mucho tiempo. Pero es que estás ahí. Sigues ahí,
haciéndome daño en la memoria. Y no puedo -y no sé si de verdad quiero-
borrarte de mi recuerdo.
Espero que algún día ames a alguien como yo te amo ahora,
para que te pongas en mi piel y veas que mendigar el amor no es de mediocres,
como me decías, sino de amantes sinceros, de esos que como yo, aman con el alma
y se dejan los huesos en el intento.
No puedo dejar de pensarte. Mírame, escribiéndote ahora, que
ya se suponía que eras mi pasado. Mírame, ni siquiera soy digna de tu lástima,
aunque me gusta pensar, con el poco amor propio que me queda, que tú tampoco me
has olvidado. Por eso confío en que tarde o temprano volverás a buscarme.
Te debo lo mejor y lo peor de mi vida. Contigo fui yo misma,
yo sincera y entregada. Sin ti ya no sé ni en quién me he convertido; tan sólo
escribo poco, tarde y mal lo que no me atrevo a decirte a la cara: que te echo de
menos, que no te he olvidado, que te quiero todavía, que me dueles, que te amo…
¿por qué no reconocerlo?
¿Qué más da? Estás lejos. No me oyes. No me sientes. No te
acuerdas… No te creo.
Por eso y más: no me dejes caer en la tentación de volver a nombrarte y
líbrame de tu recuerdo.
(N.R.H.)