viernes, 15 de octubre de 2010 | By: Abril

Pequeña -pero nada breve- carta de amor al hombre de mi vida


Carta de ella

Francisco:

Hoy quiero escribir. No, no, no estoy comenzando bien. No solo quiero escribir… no se trata solo de mi ritual sagrado y consagrado de las noches, donde hago sangrar, aunque sea a la fuerza las yemas de mis dedos en el intento, inocente y persistente de crearme un oficio, una disciplina. No. Esta noche necesito escribir, las letras salen solas y con fuerza y se apilan en pequeños montones….

Siempre fui una niña mala. Mala por que era diferente, mala porque era solitaria, mala porque nunca encontraba mi lugar. Siempre fui la chica rara, la loca de la casa, la aislada, la huraña. No tuve con quién compartir mis anhelos, mis sueños, mis más secretos temores: las lágrimas siempre se saboreaban solas. ¿Sabes? Pasé noches, largas y muchas, pensando que si algo andaba mal, era en mi, que yo hablaba otro lenguaje, que me era más fácil esconder la cara y huir, correr siempre contra la corriente, correr hacia donde el viento me llevara, correr como una piedra rodante, sin dejar crecer el musgo, sin un hogar ni un destino, sin tener ningún por qué.

Y luego llegaste tú.

Te reconocí en un instante. Un buen amigo decía que los maníacos, los locos caprichosos, despedimos un peculiar aroma que nos hace encontrarnos, diferenciarnos. Yo no te conocí: te reconocí. Fue algo en tu mirada que me dijo: Este es mi hombre, fue algo en el tono de tu voz, en el juego torpe de tus movimientos, en las medias sonrisas, en las miradas veladas que me atrajo hacia ti. Me rompiste el corazón y yo te lo rompí a ti. No voy a hablar de influjos ni destinos: Volví por que así lo quise, volví por que te amaba. Por que extrañaba encontrar en tus besos a ese hombre que en el abrazo me decía que me entendía, que no era extraña, que conjuraba sueños en los que no podía estar otra persona si no tú. ¿Qué veo en ti? Me preguntas una y otra vez. Veo a un cómplice, a mi mejor compañero, mi más entrañable amigo. Veo una brújula, un faro de luz que me recuerda en las tempestades hacia donde va el camino, en donde esta mi hogar. Veo a un loco que habla mi mismo lenguaje, entiende mis señas y sabe ese idioma secreto que solo entre los dos podemos hablar. Veo a un hombre verdadero, determinado a darlo todo por quienes ama, que no teme hacer sacrificios pero que está dispuesto a luchar por sus sueños, que no se atrevería a dejarlos olvidados en un cajón, capaz de luchar hasta el final. Veo una sed de conocimiento, la curiosidad despierta del niño y la certeza adquirida del viejo. Veo -y admiro- la fiera disciplina del oficio de la vocación, veo al escritor, sin trucos, sin magias. Veo -siento- un aroma animal de amante que despierta mi cuerpo y mis sentidos y me hace erizar la piel. Veo -Entiendo, disfruto, comparto- la mente ágil y la fantasía y sueños que habitan y los intrincados corredores y pasadizos de una mente que me fascina, que me seduce. Veo -leo- las letras que me hipnotizan, que me emocionan, los cuentos que quiero escuchar cada noche antes de dormir. Veo, en pocas palabras, los ojos que quiero sean lo primero que mire al amanecer y lo último cuando anochezca, veo la figura del hombre a quien quiero pasar toda mi vida haciéndole el amor, con el cuerpo, con palabras, con historias, con caricias, con la piel y con la mente. Veo al padre de mis hijos. Veo mi pretérito, mi presente y mi futuro en ti

No mentiré: Muchos hombres pasaron por mi vida. Dije “Te amo” más veces de las que quisiera contar ¿Qué es diferente ahora? Me preguntas tú. Y la respuesta más sincera que puedo darte, es que Yo elegí quedarme a tu lado porque tú, solo tú penetraste en la coraza, ante ti me expuse desnuda y sin pretensiones, descubriste lo más hondo, lo más negro y aun así decidiste amarme. Conociste a la niña recelosa y herida, conociste a la mujer desconfiada, agresiva y mentirosa- todavía, todavía me cuesta mucho desprenderme de tantas heridas-. Y al amarme, al perdonarme, las liberas, liberas mis miedos, me haces aparecer. Por primera vez en la vida, tengo un lugar verdadero, por primera vez tu me entiendes cuando hablo, cuando callo, cuando grito y cuando lucho. ¿Y tú? Tú llegaste a mi despojado de mentiras, sincero siempre, con la frente en alto. Dispuesto a protegerme, a luchar por mi, por ti, por nosotros. Y eso es algo que nunca podre pagarte

Así que, Francisco, esta es una pequeña carta de amor que decidí colgar aquí para que la mires cada vez que te de por abrir viejas heridas, que no son pocas las veces. No es una carta buena, no elegí las mejores palabras, no se nada de estilo y menos de gramática. Lo que puedo ofrecerte, es que es una carta sincera. Aquí, en cada letra, estoy yo. Y yo, soy tuya. Enteramente tuya, por que así lo he decidido.

Ahora, amor, a seguir caminando juntos. Paso a paso. Yo estaré tomando tu mano. Y cuando sea el momento… juntos ¡A volar!

Carta de él

¿Qué decir después de esto? ¿Cómo responder a una carta que te desnuda y me desnuda? ¿Qué escribir tras cada segundo que siento que mi corazón no late al terminar de leer tu carta?

Y es que, lo sabes bien… tengo mucho miedo.

Podría hacerte una larga lista de tus cualidades, de tu hermosura, tu inteligencia, tu talento, tu mirada, tu presencia, tu toda tú, pero eso lo sabes bien y te lo digo siempre. Quizá si te contara de los planes, del futuro, de mi vida a tu lado, pero de eso hablamos todos los días y quizá no sea bueno dejar una huella pública y quedarnos nosotros solos con las metas que estamos consiguiendo. Igual si te hablo de mi pasado y las marcas que llevo en mí y la forma en que tus manos curan mis cicatrices, en que tu aliento me revive, en que tu mirada me energiza, pero eso lo vivimos cada día, con cada roce, con cada encuentro. Podría decirte que cambiaste mi vida sólo al conocerte, que me diste motivos y fuerzas para buscar y hacer, para ser, pero todos los días agradezco la vida que buscamos y construímos para que no haya quedado claro ya. O puedo ofrecerte mi vida entera, abrirte mi casa, poner mis tesoros a tus pies, dejarte apoderar de lo que he ido conquistando con mi paso por la tierra, pero ya te sabes dueña y señora de mi pequeño reino y todos te reconocen ya como parte indivisible de mí. Tal vez si me arranco el corazón lastimado, cuarteado, zurcido, con trozos perdidos y te lo ofrezco como ritual antiguo en una plaza pública, pero también ya es tarde, pues llevas mi corazón entre tus manos, como llavero, como pendiente, como la primer ofrenda que te di cuando me regalaste una sonrisa.

Y todo eso parece poco a cambio de la sola posibilidad de verte, de hablarte, de tocarte, de besarte, de compartir tu sueño, tu espacio, el mismo planeta. Y eso me asusta tanto.

Gracias, amor, por regalarme esto y querer ayudar a que se vaya el miedo. Lamento arruinar tan bella misiva con mis inseguridades y mi torpeza y mi falta de palabras y mi no tener una respuesta que parezca adecuada a lo que tú escribiste.

Después de todo… en medio de todo… sólo puedo repetirte una vez más: ¡TE AMO!

Francisco Espinosa.

P.D. He de aclarar, sólo en justicia y para que tus lectores no se queden con el confuso orden en que tú lo has planteado… tú me rompiste el corazón primero.

(Del blog: "Arsénico Lolita")

1 comentarios:

ml dijo...

preciosa, gracias...!