domingo, 21 de agosto de 2011 | By: Abril

Carta de tiempos difíciles


Tú, Mi amor:


Aunque todo vaya mal y hayamos demostrado con creces que todo se deteriora y que quizás sea una época mala o puede que la última de nuestras épocas, sigo acordándome de ti cuando hay un partido importante, como aquella vez que con el fin de que te enfadases, crucé un mensaje a tu móvil recordándote que ganaba el Barsa.  Cómo me gustaba cuando te enfadabas y me hacías recuperarte. Me sigo acordando de ti cuando cocino, pues aún cocino para ti, es así como empecé a cocinar mis primeros platos: unas salchichas, un huevo frito, puré de patata…en resumen, las que son tus comidas favoritas, esas que tan poco me agradaban a mí, y con la excusa de acercarme a ti compartía sin rechistar. He de admitir que en esos casos, esas comidas que jamás habría comido en soledad, me sabían ricas. ¿Recuerdas el día que te hice la comida mientras te duchabas? Luego llegaste, asomaste la cabeza detrás de la puerta sonriéndome, miraste la mesa que había colocado, haciendo alarde de mi perfecto estudio de tu cocina., y me besaste. Recuerdo las mañanas que fui a despertarte, una detrás de otra, y cada una con más ganas que el día anterior. Me despertaba mucho antes de lo que me gustaría y cogía el primer autobús que pasaba cerca de mi casa. Te llamaba y salías a abrirme sin camiseta, nos besábamos en el jardín y luego subíamos a tu dormitorio a continuar soñando. Cuando salgo por la noche me acuerdo del día que me escape de casa para robarte un hueco en tu cama, ¿recuerdas el abrazo que me diste? Tuve que robar las llaves de casa y volver a las ocho temprano antes de que nadie me viese. Cuando bajábamos las escaleras de tu casa y encendíamos la tele, aunque no nos gustase verla, pues era una excusa para tumbarnos en el sofá, sin camiseta, y amoldar nuestros cuerpos y acercar nuestras almas. El día en la sierra, como decía tu padre y yo repetía para hacerte reír, en que yo te protegía de las serpientes y todo aquello de lo que decías tener miedo, aunque en el fondo no había nada a que temer, pues en mis abrazos ahuyentaba todos tus temores. El día en el que entre tanto ajetreo quedamos para dejarlo y acabamos comiéndonos a besos y deshaciéndonos en carantoñas y tonterías. Recuerdo bien las canciones que hace tiempo ya no nos dedicamos, y como escogías partes de la letra, las menos llamativas, y las ponías a la vista para que las viese yo. Recuerdo también los detalles, las siestas, tu alergia al césped y tus descansos cada ciertos pasos. Aunque siempre me quejaba, que sepas que esos descansos me gustaban. Recuerdo tus guantes de Gant, aquellos que compartíamos en invierno, al igual que compartíamos mi bolso para guardar tu cartera. Recuerdo tu abrigo marrón, es mi preferido. Un día que te acompañé a comprarte unos zapatos (tus zapatos, pues te caracterizaban) y me miré encantada en el espejo de la tienda. Me miraste y dijiste: “te queda bien”. O tu camisa de rayas, y tus pantalones ajustados, tienes un cuerpo de infarto. Tu habitación y tu olor. Casi siempre te olvidabas de echarte colonia, y eso es lo que mas me atraía. Tu tabaco, y cómo me mirabas con rabia cuando te rompía alguno de tus cigarros. Recuerdo tu reloj de Calvin Klein, a juego con tu ropa interior. O tus pantalones rojos por encima de tus rodillas que compraste conmigo. “¿Te gustan de verdad?”, yo asentí y me abrazaste. Recuerdo los besos que nos dábamos mientras nos cepillábamos los dientes, “Toothpaste kisses”, ¿te acuerdas tú de esa canción? Cómo te obligaba a ponerte el aparato por la noche, y eso que nunca me hiciste caso. Tu hermana, tu madre, tu conejo por supuesto. Las fotos que te hacía cuando no mirabas, pero que cuando mirabas sonreías a la cámara durante un segundo y luego te quitabas. La noche que llegamos a mi casa tras aquella fiesta y me quitaste las medias y los tacones y me metiste en la cama, y después te metiste tú. Tu famosa frase: “¿te hago daño?”, no tenía aliento para contestar y negaba con la cabeza. Tu carita de vergüenza, y la de placer. Tu horroroso carácter. “Buenas noches”, me decías con enfado. Por la mañana me pedías disculpas. Recuerdo el primer día, el segundo, el tercero y todos los demás. Tus bailes extraños que me tienen loca. Solo tengo ojos para ti. Tus: “esa chica me encanta”, y te decía: “otra más en el punto de mira”. Tu graduación, cómo sólo me mirabas a mí desde ahí arriba, mientras te entregaban aquél diploma. Recuerdo todas las lágrimas que has llorado, pues las limpiaba con el dorso de mi mano y las curaba con mis labios. Cuando estabas de exámenes y fui a verte, nunca te he visto tan vulnerable Amor. Te escondías entre sollozos en mi pecho mientras te acariciaba el pelo y te daba besos. Nunca te lo dije, peor ese día me enamoré de ti. Fue mucho antes de lo que debía, pues aún ni si quiera había rozado tus labios. Recuerdo el día que fui a buscarte a la universidad. Llevaba puesto u jersey verde, me gustaba verme en él, me sentaba muy bien, y tú no lo disimulabas. Saque un plano de cómo llegar y lo olvide en casa. Pero como yo siempre llegaba a todas partes, o eso te decía a ti, Salí antes de casa y cuando llegué a las grandes puertas del recinto salías tú, luego te lleve a comer. Y la primera vez que bailamos? Ese día comprendí que una mano en la espalda dice lo mismo que un beso. Me aficione a escuchar a Frank Sinatra y Louis Armstrong solo para agradarte. Y nuestro primer mes como pareja…¿Recuerdas como cada día que nos veíamos te llevaba una poesía escondida entre los pliegues de unas figurillas de papiroflexia que hacia en clase? Siempre intentaba que me salieran tan pequeñas que las pudieses meter en la cartera, pero como bien sabes, nunca he sido precisamente manitas y siempre había alguna esquina que despuntaba. Me desvivía al hacerlas. El día que nos tiramos por el césped en el Retiro riendo sin parar, y cómo miraba la gente alrededor. O cómo aún encuentras huecos para besarme en las orejas porque sabes que no contengo la risa y estallo en carcajadas, dices que es como más guapa estoy. Recuerdo cuando dejaste de sentir celos, esos celos que a mí me engatusaban. Y recuerdo también el día que me recogí el pelo para complacerte, pues sabía que te gustaba mas, pero no me dijiste como tantas otras veces que estaba muy bonita aquella noche. Me acuerdo de tu ropa en mi armario, me la ponía para dormir para que al devolvértela oliese a mi, y como aquel día me deje a propósito “olvidados” mis calcetines entre tus sabanas: tu me aficionaste a leer por las noches, y eso que nunca antes había leído, te confieso que en secreto me imaginaba que estabas a mi lado susurrándome cada párrafo al oído. Me acostumbre a concebirte con diminutivos, y eso que a mí siempre me habían parecido una mariconez. Me acuerdo del tacto de tu cabello cuando al besarnos, casi siempre tu encima de mi, tu flequillo se colaba en mi boca y yo con mi mano inexperta cuidaba no se te despeinase. ¿Recuerdas bien mis preguntas? “¿eres feliz?” te decía. Entre susurros. La primera vez me contestaste que solo lo serias si te daba un beso. Me acuerdo de cómo cuidabas a mi hermana pequeña y te encargabas de enseñarle tus ideas sobre futbol, te adoraba. Espero que recuerdes nuestro primer beso, como temblábamos, me acuerdo bien. Y como luego nos encontramos en el mismo anden, pero en diferentes direcciones, y como sonriendo empezamos a hablar a gritos importándonos un bledo el resto de personas presentes. Nuestros parques, nuestras peleas (que no han sido pocas), de hecho pocas veces estábamos de acuerdo…nunca discutíamos a la cara, sin embargo, puesto que no nos resistíamos al roce de una mano o al calor de una mirada. Recuerdo cuando nos leíamos poesías y como acabe aficionándome a ello. Recuerdo bien contar tus lunares y abrazarte fuerte para tranquilizarte. Recuerdo bien como te obsesionaba tu pasado, y como al ritmo que yo te hacia olvidarlo, comencé a obsesionarme yo. Recuerdo como me decías. “tenemos que ir a París” y yo te respondía: “siempre nos quedara París”. Recuerdo como pase de esperar  minutos o incluso segundos a horas las respuestas a mis mensajes. Recuerdo el cambio brusco que marcó nuestra relación aquel día que te besé. Recuerdo todas mis lágrimas, pues tampoco han sido escasas, en las que no estuviste ahí y sin embargo por las noches me decías: siempre te cuidaré, pequeña. Me dejaban intranquila pensando si de verdad esa era tu manera de quererme. Recuerdo como antes disfrutaba con las duchas, y como ese momento del día se convirtió en mi aliado para camuflar mis lágrimas. Seguro te acuerdas, Vida Mía, del día que te dije que eras el amor de mi vida, hoy doy fe de ello, pues lo creía (lo creo) fervientemente. Recuerdo nuestra primera vez y la primera vez que comprobé por mi misma como el amor te vuelve gilipollas, o eso decías tu. Entonces al fin y al cabo sigo siendo gilipollas, al fin y al cabo sigo enamorada de ti.
Yo, Tu amor.


(María Paz Otero)