lunes, 15 de septiembre de 2008 | By: Abril

Carta con un corazón



Querida ausente:

Esta misma mañana me he visto sorprendido por el dibujo de otro corazón sobre la luna (jodida metáfora) delantera de mi taxi. Luego he permanecido un buen rato observándolo desde mi asiento, siguiendo sus trazos con la mirada, su contorno: sin duda, las lluvia de esta noche fosilizada sobre el cristal creó un fondo perfecto para el pincel de tu dedo.

Sé que lo has dibujado tú, del mismo modo que, en su día, tenías por costumbre dibujarlo cada vez que salías de mi casa. Todas las mañanas, después de dejar tu huella en mi cama, salías sin hacer ruido, para no despertarme, y luego siempre dejabas tu otra huella, la de tu dedo, en el cristal de mi taxi (como quien pega con imanes notas de amor en la nevera).

Aunque sigas sin entender por qué acabó todo (yo tampoco lo entiendo), quiero que sepas que te sigo queriendo, que sigo suspirando por esos pequeños detalles que llenaron mi pasado, o por el cepillo de dientes que dejaste en mi baño y que aun no he sido capaz de tocar.

Y ahora, en fin… sé que has vuelto con él, a vivir con él, igual que antes de comenzar lo nuestro. Lo sé porque el otro día me crucé contigo mientras conducías su coche. Sé que te trata bien, como a una princesa (claro, te lo mereces), que te ofrece la tranquilidad y la seguridad que yo nunca he sido capaz de darte. Sin embargo también sé que me sigues queriendo, que cada noche te acuestas a su lado mientras piensas en mí. Por mi parte, tampoco he dejado de quererte, solo que ahora el espacio que dejaste en mi cama permanece tan vacío y tan frío como un igloo flotando en el deshielo.

Tan sólo quiero que, a través de esta carta (espero que repares en ella cuando vuelvas a dibujarme el próximo corazón) sepas que he pasado el día conduciendo a través de ese corazón (lo dibujaste a la altura de mis ojos; chica lista...). Luego se ha puesto a llover, y sin embargo el dibujo no se ha borrado del cristal. Ha permanecido ahí, impasible. Supongo que mojaste tu dedo en saliva para dibujarlo. La misma saliva dulce y cálida que tantas noches lubricó mis sueños. La misma saliva que ahora permanece enquistada en mi recuerdo.

No dejes de dibujarme corazones, y yo prometo no tocar tu cepillo de dientes. Nunca se sabe.

(Del blog: Ni libre ni ocupado)