miércoles, 3 de febrero de 2010 | By: Abril

Querido pitillo


Querido pitillo:
Ya estás marcado, querido pitillo. Eres la Letra Escarlata del siglo XXI; o si lo prefieres, tan a la sazón en estos días, la mismísima lepra de Ben-Hur con caracteres de actualidad. ¡Con lo que has hecho tú por los tímidos, los párvulos, los cariacontecidos..., y así te tratan!
Contigo desaparece el gran amigo de los silencios, el permanente coleguita que descosía encuentros trufados de frialdad, el truhán que brincaba de labio en labio aureolando el ambiente en una embriagadora neblina de algodones flotantes y nubes bajas. Eras el gran intermediario, el correveidile, el alcahuete de las causas imposibles: la careta perfecta en una tarde grisácea de Carnaval.
Cuando era joven –vamos, un poco más que ahora- y alguna chavala deshacía las esclusas de mi parquedad incitándome a acudir al despeñadero de las sin-vergüenzas, me pertrechaba de bastantes como tú a fin de acortar unas distancias que se me hacía infinitas. “¿Quieres uno?”, era la pregunta que antecedía a cualquier otro formulismo. “Sí, gracias”, mmmm... La joven atrapaba entre sus mórbidos labios tu delgado cuerpecillo y expelía con delectación lo que siempre quise que fuera un aroma compartido. El camino se alisaba gracias a tu aleteo en sus labios, mientras yo te imaginaba recorrer los intersticios de aquella boca oceánica a mi fantasía. Después, entre el incipiente mareíllo de tus primeras bocanadas en aquellas sufridas horas de rebeldía, le esgrimía la original pregunta de niño torpe y asustado: “estudias o trabajas”. Entonces se iba... Pero bueno, querido pitillo, era tan bonito ver sus labios entornados expeler humos mientras mis sentidos absorbían sus efectos “erotizantes”... Impagable momento. ¿Que luego me dejaba con tres palmos de narices?, eso era ya lo de menos, te lo aseguro, pues aquel instante de quietud embriagadora, de fogonazo íntimo, de paroxismo instantáneo, compensaba todo descrédito posterior.
Te agradezco tus confidencias, tus silencios, tus ayudas..., querido pitillo.
Tu final se apresta en esta sociedad de parlanchines y de modas fundamentalistas.
Ni París nos quedará como consuelo... (hasta las películas mentían).
Adiós, querido pitillo. Ahora sólo te sentiré en la clandestinidad de una vela a media luz, antes de que un sutil calambre de aire la apague definitivamente.

(Claudio Rizo)