Nunca te dije que debajo de la sábana, escondí una nave espacial que te lleva a cualquier lugar, perfectamente armada con sueños contra las peores pesadillas. Para empezar el viaje sólo tienes que cubrirte completamente con el edredón y cerrar la escotilla superior con la almohada. Puede que al principio te cueste respirar y que el aire te parezca escaso, pero te acostumbras rápido. Cuando estés lista, cierra los ojos y cuenta 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1 y 0. Entonces oirás un pequeño pitido, como el de un silbato para perros, y se encenderán millones de luces de colores.
Pulsando un botón, el redondo de color rojo, aparece una enorme escalinata. Y por allí, iluminada por un foco, desciende ella. Ella es una pera que baila con su bastón, su chistera y sus zapatos de charol negros. No hay nada mejor contra el miedo que ver su espectáculo.
Bajando hasta los pies de la cama, a mano derecha parpadea una ventana sin cristal. Al principio parece peligroso asomarse a ella, pero no temas. Al otro lado revolotean los amables pájaros tiburón, grandes águilas con dientes de leche y una aleta que asoma cuando atraviesan las nubes del cielo. Escúchalas con atención. Emiten un sonido parecido a los besos de mamá.
Después está el horno de tortillas de patata. Basta con olerlas para saber que están buenísimas y ya sabes, ¿quién quiere contar ovejas cuando se pueden oler tortillas de patata?
Creo que tampoco te hablé de los dados que siempre sacan seis, ni de las monedas que desaparecen si sale cara y que se multiplican si sale cruz. Me quedó tanto por explicarte...
Nuestro caballo Garrimancho hace mucho que no viene a visitarme. Me encantaría sentir su cabeza golpeando mi hombro como solía hacer para llamar la atención y daría una mano por volver a cabalgar contigo. Nunca te lo dije, pero me encantaba la canción que le susurrabas al oído para que corriera más y más. Agarrado a tu cintura era feliz.
Nuestras peleas por los caramelos de café, las carreras de barquitos de cáscara de nuez, los deseos que pedíamos a los angelitos que atrapábamos al vuelo, las promesas de que nunca nadie nos iba a separar... Te echo tanto de menos...
Sólo puedo decirte que lo siento, que crecí sin querer. Empecé a sospecharlo al mirarme al espejo una mañana y no verte tras de mí. Estuve prácticamente seguro al comprobar poco después que en la mesa del desayuno sólo había un bol. Y no me quedó ninguna duda cuando llegó el primer día de escuela y no estabas para acompañarme.
Te perdí sin darme cuenta. Como antes había perdido a Garrimancho. ¿Quién sabe? Quizás ahora estés cómodamente sentada en su lomo, acariciando con las manos su crin negra, o recostada en nuestro árbol secreto mientras él salpica hierba con su elegante trote.
Y yo aquí, sentado en el pupitre en mi primer día de clase, temiendo que no vuelvas jamás, temiendo que esta noche, cuando me sumerja bajo las sábanas, no encuentre más que un par de pies fríos de niño mayor.
(A Selene, mi amiga imaginaria.)
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