Al fin y al cabo, en ese entonces no nos importaba el transcurso del tiempo. En aquellos días, veíamos con ojos asombrados el reloj y reíamos, a sabiendas de que una nueva noche había pasado entre juegos y caricias, entre charlas y misterios y cocina gourmet. Entre Sabina y Cortazar. Entre el jazz y el ron y el vino. Otro cigarrillo, otro café. Y los minutos jugando en el borde de la taza, donde mi nariz se entromete con mis ojos. El paso del tiempo nos causaba gracia: no dejaba de sorprendernos lo efímero de las horas, no dejaba de asombrarnos que fuera tan corto el día tan solo con la afable presencia del silencio al otro lado del cuarto.
Pero hoy, amanece, y siento que envejezco con cada minuto de tu ausencia. No se si contar las horas pasadas, las horas vividas, o el tiempo que falte para volver a encontrarte. Lo destructivo no es la soledad, claro que no. Sino la inutilidad de las horas cuando estas lejos. El amor pasa a un segundo plano cuando lo que de verdad se extraña es la sensación de plenitud que genera amarte tanto.
La pregunta viene sola.
¿Te amo? Que se yo. Pero te ame tanto, cielo. Para mí, no existían otros ojos, si no eran los tuyos. De ese azul tan intenso, o de ese negro tan sombrío. Me gustaría que tomáramos un café, en algún bar de Madrid, o Praga o Viena. Me gustaría que riéramos como buenos amigos, mirando caer el sol en el río de la ciudad de nuestros amores. Pero no estas. Dejaste caer un manto de gélido silencio, donde el único sonido que se escucha, es el de mi voz llamándote. Y como única respuesta a mi dolor, el eco de tus pasos, alejándote en el tiempo.
MarMaga (alias:Marianela Daraio)
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