viernes, 31 de enero de 2014 | By: Abril

Epitafio




He lapidado mi amistad con la noche,
y el rubor del sol no calienta de igual modo.
Desconfío de la memoria, bendita inestable,
que tan pronto consuelas como enjuagas mis ojos.
El sendero de la gloria
de golpe se transforma
en un paraje accidentado,
feo,
donde callan los relojes
y secan los arroyos.

Cuando ya no pueda más
saldré a buscarte,
y lo haré entre germinares de lirios
y gotas de lluvia,
por lo profundo, allá donde respiran
las rocas.

El gentío, como agua de cristal,
y bocas que fingen hablar con las nubes,
si tartamudeo es porque duele,
si duele es porque lo he sentido.

Hago ahora binomio con cuerpos celestes,
flotantes, como todas las palabras que te he dedicado,
eternas, como el cariño que hacia ti emerge.

Cuantas veces nos miramos sin decirnos nada,
nos atacamos, nos alabamos, nos sinceramos,
y lamíamos nuestras heridas con solo un leve gesto,
tantas veces lo extraño, tantas y tantas veces.

Si algo me enseñaste es a no tener miedo,
es ahora, en mi mayor pánico, cuando me pones a prueba.
Perdiste de antemano, y ya lo sabías.

Descansa tranquilo, que nada te perturbe ahora.
Hasta siempre papá. Te quiero.

(Emilio J. Pérez)