No era así como lo había imaginado, quiero decir, nunca había deseado que llegase ese instante...pero sucumbió, se desarboló nuestra relación. Nos dijimos, adiós. Lo que no puedo precisar es el momento en que todo se derrumbó.
¿Dónde está el umbral, ese umbral infinitesimal que transforma sin remedio las cosas? El punto (de cansancio, de agobio) en que la caricia a fuerza de repetirse no produce placer sino dolor. El momento en el que el clavo que sostiene un cuadro demasiado pesado para él cae, y con él su carga
¿Va cediendo paulatinamente en silencio, o bien lo sostiene hasta el fin con la misma tenacidad y se desmorona de golpe al comprender que no podrá sostener el peso por más tiempo?¡Ay, amor! Quizá la conciencia, cuando aparece la señal, la grieta y llega el final, comprendes que lo inexorable había ocurrido mucho antes de que se manifestara, así al modo que cuando muere un amor sabemos, si queremos saber, que había muerto hacía tiempo, pero no lo quisimos (o no supimos) verlo.
Lo cierto es que el adiós fue cinematográfico. Una mesa de mármol frío, un pocillo de café, un atardecer naranja de otoño algo difuminado por el humo del cigarrillo, una lágrima de papel y en tu mirada el ansia, la luz pálida y lenta de mujer que no se resigna al adiós. Lo leí en tus ojos, sí: "volver, volver". La vida invitándome nuevamente a recorrer las calles de tu mano, a besarnos en el fragor entre las sábanas en desorden donde habrá calideces olvidadas.
Y yo sigo aquí, esperando porque ¿sabes amor? Nos pertenecemos pase lo que pase, aunque no volvamos a vernos. Quiero que comprendas que la pertenencia no depende del tiempo que dure una relación sino de la intensidad puesta en la entrega. Vuelve. Te espero. Sabes dónde encontrarme...
Fernando
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